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Feminismos diferentes

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El feminismo liberal floreció en el siglo XIX.

El libro “El sometimiento de la mujer”, de John Stuart Mill y Harriet Taylor Mill, tuvo un enorme impacto. En 1870 se editó en Estados Unidos, Australia, Nueva Zelanda, Francia, Alemania, Austria, Suecia, Dinamarca, Italia y Polonia.

Los Mill sostenían que la subordinación legal de un sexo al otro constituye un obstáculo para el progreso humano.

Los valores del feminismo liberal son los de la Ilustración: la universalidad de la razón, la emancipación de los prejuicios, la aplicación del principio de igualdad y la idea de progreso. Quienes lo profesan adhieren a otras causas liberales como la democracia representativa, la abolición de la esclavitud y de la pena de muerte y la irrestricta libertad de expresión.

El feminismo liberal no conduce al conflicto entre los sexos, sino a la convivencia en armonía y a la convicción de que liberarse de prejuicios irracionales es un valioso progreso moral del que pueden disfrutar mujeres y varones.

Para el hombre es liberador despojarse de esquemas que le impedían disfrutar de placeres como cocinar o cuidar a los niños o que lo obligaban a ser el único sostén económico de la familia.

En nuestro país fue José Batlle y Ordóñez la primera figura en América Latina que abogó por el feminismo tanto en sus escritos, que firmaba con el seudónimo de “Laura”, como en su acción política.

El liberalismo de Batlle era sorprendentemente radical para la época. Entre sus dos presidencias, viviendo en Europa, envió a Arena un ejemplar del libro de Naquet “L’Union Libre” cuya tesis era que hombres y mujeres vivieran juntos sin matrimonio legal y se separaran también sin intervención de la ley cuando vivir juntos ya no les resultara atractivo. Le pidió que publicara en El Día extractos de ese libro, y también de uno de los libros favoritos de su juventud: “La mujer del porvenir” de la feminista española Concepción Arenal.

El divorcio fue un capítulo pionero en las transformaciones liberales. La ley de divorcio por mutuo consentimiento fue aprobada en 1907. Pero Batlle quería ir más allá: divorcio por la voluntad de cualquiera de los cónyuges. Esto causó un verdadero escándalo. La opinión pública, no solo la católica, estaba horrorizada pensando que los maridos se iban a deshacer de sus esposas, dejándolas desamparadas.

Entonces Batlle consultó al filósofo Carlos Vaz Ferreira y este lo convenció de proponer el divorcio “por la sola voluntad de la mujer”, lo cual resolvía la mayoría de las objeciones planteadas.

Muy distinto del liberal, existe otro al que llamaré “dialéctico” en el sentido de una lucha de opuestos.

El feminismo dialéctico descree del feminismo liberal, al que mira con el mismo desdén con el que los revolucionarios consideran al reformismo o los psicoanalistas al conductismo. No dan demasiado mérito a la igualdad ante la ley, piensan que es feminismo incompleto, perimido e incluso perjudicial por lo engañoso, estilo “opio de los pueblos” porque oculta la persistente inferioridad de la mujer en el esquema del dominio.

En la tradición hegeliana y especialmente en versión marxista, el feminismo se equipara a la lucha de clases. El hombre es el opresor y la mujer la oprimida, por lo cual irremediablemente habrá una lucha por la liberación.

Lo que para Hegel era la lucha de naciones, para Marx fue lucha de clases y para Hitler lucha de razas.

La diferencia es que en Hegel los opuestos se resuelven en la síntesis mientras que para el marxismo y el nazismo la lucha debe terminar con el poder absoluto para un colectivo y la aniquilación del otro.

El feminismo dialéctico es historicista. Es decir que el futuro no está abierto sino predeterminado. Hablan de una primera, segunda y tercera ola de feminismo, entendiendo que son etapas que se van superando.

En la posguerra el feminismo se despega de los valores liberales y también de los marxistas, tornándose más radical. Para Simone de Beauvoir “no se nace mujer, sino que se deviene mujer”, en la línea sartreana de que la existencia precede a la esencia. Afirma que la desigualdad biológica entre hombres y mujeres es la causa más profunda de la división social. La injusticia no está en lo público, sino en lo privado, de ahí el lema: “Lo personal es político”.

En este feminismo radical se incluyen posturas que retornan a un esencialismo biologista, ya que sostienen que la sexualidad masculina es agresiva y potencialmente letal y que las mujeres son moralmente superiores a los hombres.

He procurado ser descriptiva pero seguramente los pacientes lectores que llegaron al final de esta columna habrán advertido que me siento una feminista liberal. Considero que este feminismo no está superado, sino que, por el contrario, tiene mucho camino por recorrer hacia el futuro.

Es un camino que no es de lucha sino de crecimiento en armonía en la educación de hombres y mujeres.

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