Final de Carrera

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Qué difícil es ser una figura del Frente Amplio. Un día te aplauden, te dicen que sos valiente, que lo que estás haciendo es un ejemplo. Y te sentís muy bien respaldado. Sobre todo en una situación brava como la que estás atravesando, donde la noche de la Justicia se cierne sobre tu cabeza y no te queda ni un fósforo en la cajita. Con ese apoyo te vas a dormir tranquilo.

Al día siguiente te levantás, confortado por el respaldo, y recordás a los compañeros que atravesaron una situación parecida a la tuya. Digamos que pensás en Placeres, en Calloia, en Lorenzo, en Sendic. Y la tranquilidad crece. Porque, aunque te hayas mandado tremendas macanas desde tu cargo de decisión en el gobierno, sabés que ellos también se las mandaron. Y aun así, los demás compañeros y compañeras los apoyaron hasta el final. Porque saben que los trapos sucios se lavan en casa, sin importar la mugre que tengan. Entonces te armás el mate con calma y te disponés a entibiar el cuerpo con la tradicional infusión para luego dar inicio a tus quehaceres diarios. Y es cuando te surge en la mente una frase extraordinaria que decidís ponerla a trabajar de inmediato: “Aquí nadie se rinde”. Recuerda a aquella de Vázquez y habla de resiliencia. Es perfecta, pensás. Pero justo en ese instante se te ocurre la mala idea de prender la radio. Y la voz que sale por el parlante es como una patada de karate a la boca del estómago. De la noche a la mañana todo ha cambiado. Los mismos compañeros y compañeras que ayer te aplaudían, hoy ya no están. Te dejaron tirado. Para colmo, desde la sala de embarque al avión que no retorna, el gurú también te abandonó. Y además te trató de pusilánime.

No te cabe otra que aceptar que las elecciones están a la vuelta de la esquina y que ni siquiera el Frente Amplio, en su infinita soberbia, puede arriesgarse a obrar como lo hicieron con Sendic, Placeres, y demás. Faltan solo 30 días para los comicios y no hay manera de justificarte. Así, de golpe y porrazo, aunque tu nombre siga figurando en los impresos, ya no estás más en la lista al Senado junto a la vedette Blanca Rodríguez y al Pacha Sánchez. Te sacaron. Pero ni así te amilanás. Porque no te echaron por tus acciones. Lo que hiciste no importa, sino cómo vaya a repercutir el hecho en las urnas.

Pero cuidado, si con este ejemplo el lector logró entender lo difícil que es ser una figura frenteamplista, sitúese ahora en la piel del candidato a la presidencia por dicho partido. Piense en la situación de tener que plantarse ante a una audiencia que llegó hasta allí para escuchar sus propuestas. Imagínese el atril enfrente suyo, con un puñado de hojas donde un experto en comunicación escribió una serie de frases en un idioma desconocido. Y usted deberá descifrarlas y pronunciarlas en el habla suyo, esa tan del interior que lo caracteriza. Lo intenta con todo el corazón, pero el resultado es pésimo y nadie le entiende nada. Los suyos se avergüenzan y los de la vereda de enfrente lo agarran para la chacota. Se le ríen en la cara Y cada aparición suya resulta en un gran bochorno y en una fiesta para sus opositores.

Por eso, cuando veo a Orsi teniendo que dar sus discursos, me convenzo que sería menos penoso estar en el pellejo del compañero del principio. Del que se le terminó la Carrera. Del que lo sacaron de la lista de la Honestidad. Y no por su deshonestidad, sino por estrategia electoral.

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