Faltaron firmas para plebiscitar la reforma constitucional “contra la usura y por una deuda justa”. Hacía falta el 10% de los inscriptos, es decir, 272.288 consentimientos. Ingresaron a la Corte Electoral 320.758 firmas, pero 45.610 fueron declaradas no coincidentes, 21.485 fueron “múltiples” -repetidas-. Se llamó in extremis a los más de 45.000 descartados para que revalidaran su consentimiento. Acudieron a gatas 500.
Los propulsores -Manini Ríos, Cabildo Abierto- plantearon el proyecto para resolver por reforma constitucional lo que el Parlamento no quiso encarar. La iniciativa merecía la misma crítica que siempre he dirigido a los injertos que hieren la armonía jurídica de la Constitución al bajarla de plano con reglas típicamente legislativas. Por esa vía anómala hoy tenemos un art. 47 sobre el régimen del agua, con 355 palabras distribuidas en 11 apartados e incisos; y a fuerza de parchar en vez de encarar una reforma constitucional de fondo, acumulamos 60 años de Disposiciones Transitorias que van de la A a la Z y suman 2.649 palabras con legislación adventicia y obsoleta. Mamarracho.
Ahora bien: las firmas no alcanzaron, el método incoado es discutible, pero la frustración de la tentativa no indica que el problema no exista y que no haya que resolverlo.
En un país con 5% de inflación anual cobrar el 90% de interés es violar la norma constitucional que dispone: “Art. 52: Prohíbese la usura. Es de orden público la ley que señale límite máximo al interés de los préstamos. Esta determinará la pena a aplicarse a los contraventores.”
En consecuencia, ni la insuficiencia de las firmas ni la flaca performance comicial de Cabildo Abierto ni la salida del Senado del promotor Manini Ríos justificarán encajonar el tema. La usura existe y es un deber constitucional combatirla.
Por lo demás, la vuelta al llano del autor de una puntualización pública o de una denuncia no implica que pierda relevancia lo que puntualizó o que deje de ser verdad lo que denunció. Toda democracia que se precie y toda nación con conciencia de libertad sabe que el pensamiento colectivo se nutre con el vigor de las verdades que trabajosamente descubren meditadores solitarios que logran comunicar sus hallazgos o sus intuiciones.
No reelectos Manini ni Domenech -que muchas veces dijeron verdades-, ni Mieres -que con Arbeleche fueron los dos mejores ministros- ni el creativo Lust Hitta ni Argimón -Vicepresidencia ejemplar-, el Uruguay no debe prescindir de sus lúcidos aportes.
Tampoco debe ignorar las luchas de la mucha gente que en su vida práctica cultiva una filosofía por la cual asciende desde la acción al pensamiento filosófico y de ahí retorna con metas claras y nuevos bríos a la acción.
Ese mundillo del llano y de a pie -donde de a uno todos son minoría, pero en conjunto es mayoría por encima de sectores- debe constituirse en sembradío de la sensibilidad cívica.
Y debe erguirse como interlocutor natural del elenco que estamos estrenando, que necesita nutrirse con lucha de ideas y no con militancia a ojos y cerebros cerrados.
La vida republicana se mide por el número de firmas y votos, pero su discurrir colectivo se nutre sólo si se dialoga con los que aportan razones, apoyándolas o refutándolas con independencia de su performance electoral.
El Uruguay fue grande cuando estuvo abierto a los planteos de las minorías y a la admiración por los solitarios que pensaban por cuenta propia.
Y se empequeñeció cuando se dejó embaucar por una sociología del poder que deja afuera al ciudadano de a pie.