Francia y la inquietante atracción del extremismo

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“Avergonzado de ser francés” era uno de los lemas que más se repetía en las pancartas de las multitudinarias manifestaciones que sacudieron París en abril del 2002. Era la reacción al electrizante resultado de la primera vuelta en las elecciones presidenciales de aquel año. Con un discurso xenófobo, racista y antisemita, el exacerbado creador del Frente Nacional había desbancado del segundo puesto al primer ministro y candidato socialista Lionel Jospin, pasando al ballotage con el presidente conservador Jacques Chirac.

Fue por muy poco que el ultraderechista FN superó al partido de los socialdemócratas galos, pero hizo entrar la sociedad en estado de pánico. Sin embargo, la segunda vuelta mostró que el centro seguía siendo inmensamente mayoritario en Francia, por eso el partido de la centroderecha gaullista, Rassemblement Pour la Republique (RPR) y su candidato a la reelección, lograron el 82 por ciento de los votos en el ballotage, sumando más del 62 por ciento respecto a lo obtenido en la primera ronda. Por el contrario, Jean Marie Le Pen subió menos de un punto del 16,89 obtenido en la primera vuelta.

En aquel momento, la dirigencia, la militancia y los simpatizantes del Partido Socialista (PS) no dudaron de ayudar a que la centroderecha gaullista retenga el poder, evitando que llegue al Palacio Elíseo la derecha extrema. También, por supuesto, la centroderecha liberal heredera de Valéry Giscard d’Estaing se alineó con el conservadurismo gaullista que expresaba Jacques Chirac. Al Partido Comunista y demás expresiones de la izquierda marxista no le quedó más remedio, pero la centroizquierda y la centroderecha unieron sus esfuerzos con convicción democrática, para cortarle el paso al volcánico Le Pen.

De ser coherentes con aquella convicción de establecer un “cerco sanitario” a la ultraderecha, toda la centroderecha gaullista, los socialistas y la centroizquierda ecologista debieran prepararse para cerrar filas detrás de la fuerza liberal-centrista que encabeza Emmanuel Macron, para detener la ola extremista. Lo mismo debería estar preparado para hacer el macronismo si es el PS u otra fuerza centrista la que se perfila en las encuestas como principal contendiente de Agrupación Nacional, fortalecidísima por la abrumadora victoria que en las elecciones europeas la convirtió en primera fuerza de Francia.

La etapa que comenzó dirá si aún existe el espíritu centrista que engendró grandes coaliciones entre centroizquierdas y centroderechas, como la de tories y laboristas en la Gran Bretaña cogobernada por Winston Churchill y Clement Attlee, y como la “grosse koalition” de la conservadora CDU con los socialdemócratas, primero en el cogobierno de Kurt Kiessinger y Willy Brandt (1966-1969) y más recientemente en los gobiernos que encabezó Angela Merkel.

Eso es lo que ahora eligieron los conservadores portugueses, al decidir un gobierno en minoría con el apoyo de los socialistas, en lugar de una coalición fuerte incorporando a la extrema derecha del partido Chega.

En su afán por llegar a la presidencia, Francois Mitterrand acordó con Georges Marchais en 1981 la incorporación del Partido Comunista al gobierno del PS. Si bien Marchais había avanzado en dirección crítica hacia el totalitarismo soviético al impulsar el eurocomunismo, sus banderas aún estaban lejos de inscribirse en una democracia liberal. Pero Mitterrand no hizo durar mucho esa alianza. Como fuere, en el siglo 20 y la primera década del siglo 21 parecía estar más claro en Europa cuál era la línea roja que, en la derecha y en la izquierda, no debía atravesarse si la prioridad es preservar la democracia del Estado de Derecho.

Hoy esas líneas parecen borrosas para algunos conservadores y socialdemócratas franceses. Traicionando el legado de De Gaulle, de Giscard d’Estaing y de Chirac, el hasta ayer presidente del partido neo-gaullista Los Republicanos, Eric Ciotti, ensayó un salto bochornoso a la vereda triunfal de Marine Le Pen.

Es cierto que la actual líder del partido que desciende del FN fue quien sacó a su padre de la conducción y moderó a esa fuerza derechista. También es cierto que, más ultraderechista es el partido La Reconquista, de Eric Zemmour. Pero la dirigencia neogaullista reaccionó a favor de una alianza centrista y expulsó a Eric Ciotti.

Lo mismo debiera plantearse la dirigencia del PS. A pesar de que la experiencia de NUPES (Nueva Unión Popular Ecológica y Social) que puso al partido de los socialdemócratas franceses bajo el liderazgo del izquierdismo ideologizado de Jean-Luc Melenchon y su partido, Francia Insumisa, junto con los verdes y el Partido Comunista, no tuvo el rédito esperado y en la anterior elección quedó en tercer puesto por detrás del partido de Marine Le Pen, el PS parece dispuesto a reeditar esa jugada fallida, en lugar de buscar una gran coalición centrista con los conservadores gaullistas y con los liberales de Macron.

A primera vista, la impresión es que un polo de izquierda dura será funcional a la repetición de la victoria ultraderechista en la elección de fin de mes. De hecho, el discurso de Melenchon y de los “anticapitalistas” que lo secundan puede ser una de las claves del batacazo de Le Pen.

En definitiva, lo que está en el polo opuesto a la ultraderecha no es la extrema izquierda, sino el centro.

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