No habrá UPM-2

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Francisco Faig
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Guarde esta columna para cuando en 2020 UPM decida no construir su segunda planta o plantee demorar un tiempo más su decisión final. Verá que todo era muy previsible.

El mecanismo es sencillo y ya se ha usado. Frente a grandes dificultades para conducir reformas, sobre todo en el sector público, un gobierno se impone a sí mismo y a través de compromisos externos fuertes condiciones que impliquen avanzar a marcha forzada. De esa forma apuesta a neutralizar las resistencias internas.

En el caso de la Unión Europea, por ejemplo, muchas veces los países han llevado adelante esta estrategia para concretar reformas en el mundo laboral, romper monopolios históricos o modernizar instituciones y legislaciones nacionales. Como lo pide Bruselas y estamos comprometidos con ella, alegan, no tenemos más remedio que hacerlo. La consecuencia es doble: por un lado, esos países implementan reformas que de otra manera no hubieran podido llevarse a cabo; por otro lado, Europa oficia de malo de la película y termina acumulando una deslegitimación ciudadana muy amplia, cuyas consecuencias políticas hoy son tan graves como notorias.

Para nuestro caso, UPM-2 juega el papel del compromiso externo. Pero con una gran ventaja para el gobierno: no hay nada parecido al juego político de Europa con Bruselas. El malo de la película podrá efectivamente ser el finés para una parte de la izquierda e incluso para algunas voces de los partidos de oposición. Pero eso no quita el sueño a la administración Vázquez, cuyos sólidos argumentos pasarán por cumplir con la palabra empeñada y sobre todo, recalcar que UPM-2 aporta trabajo y desarrollo.

El problema en toda esta trama es que el gobierno se comprometió a iniciativas y resultados que de ninguna manera podrá cumplir en dos años. No solamente por los tiempos propios de la parsimoniosa burocracia pública. Sino, sobre todo, porque sus compromisos con UPM precisan que otros actores, en particular sindicales y de izquierda, le pongan el hombro a la empresa. La clave es que si lo hicieran, renegarían de dimensiones sustanciales de su identidad, ideología y acción colectiva.

En concreto, por ejemplo: si el Sunca se comprometiera a una paz laboral duradera y a no ocupar UPM-2; si el gremio de AFE aceptara inversiones privadas sin hacer huelgas; o si los sindicatos de la educación aceptaran que los fineses fijaran las prioridades de los contenidos de los cursos tecnológicos, no estaríamos en Uruguay sino en Fantasilandia. Además, la hostilidad de esos sindicatos estará azuzada por los buenos argumentos de muchas voces críticas que irán mostrando en estos meses el perfil neocolonial del acuerdo con UPM.

El gobierno no podrá cumplir con lo que ha planteado en su compromiso con los fineses. A diferencia del papel que ocupa en los países de Europa el rigor importado desde Bruselas, la planta finesa en nada conmueve a nuestros izquierdistas sindicalistas. Ellos creen en la patria grande, batallan contra el imperialismo agitando consignas con el termo al cielo y desprecian a las multinacionales.

Así como no hubo TLC con Chile o con China porque la izquierda más cavernaria no los quiso, tampoco habrá UPM-2. Acuérdese: ganarán, una vez más, los compañeros que luchan a la sombra del muro de yerba.

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