Fresco y picante

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Debo confesar que me descoloca bastante la campaña de Ojeda. Me hizo ruido el spot del gimnasio. Me explotó la cabeza el concepto de familia multiespecie. Y me parece irrelevante que sea de capricornio o verlo boxear.

Pero tengo que reconocerle algo. Entendió el juego y tiene una jugada.

En la última cena CED, los cuatro candidatos de la coalición expusieron frente a un salón repleto de empresarios y líderes de opinión. Ojeda fue el último en presentar y logró tener la atención de todo el auditorio.

Con gran histrionismo desplegó un discurso donde jugó el doble rol de figura de la continuidad y de renovación de la coalición al mismo tiempo; le pegó a la oposición; osciló entre coincidencias y diferencias con los otros candidatos de “identidad coalicionista”; y se posicionó como el sucesor de Lacalle Pou.

Pero también enfatizó que “lo más probable es que quienes definan la elección sean los que hasta ahora no se han decidido”. Los que “están lejos de la política, que sienten que no influye en su vida. Y es nuestra responsabilidad hablarle a esa gente”. “Ya vimos que algunos discursos tradicionales no les llegan. Y tenemos la responsabilidad de hacer cosas distintas si queremos resultados distintos”.

Su estrategia: “la política tiene el desafío de dejar de ser aburrida. Tenemos una idea preconcebida de que para ser serios, tenemos que ser aburridos. Y ahí es donde desconectamos con muchísima gente”. “Porque precisamos de su atención. Y su atención hoy está en enorme disputa. Si queremos ganarle la elección al FA, tenemos que ir a hablarle a toda la gente que hoy se siente lejos de la política”.

Y tiene razón. Prueba está que si hay un hecho trascendente en estas elecciones es el plebiscito de la seguridad social. Sin embargo, la última encuesta de equipos consultores muestra un país dividido en tercios: los que votarían a favor, en contra y los que no saben. Según Zuasnabar esta estructura se sustenta en un nivel muy pobre de información sobre el tema: más de la mitad de los encuestados no escucharon hablar del tema o escucharon hablar pero no tiene una idea clara. Y a su vez, estas posiciones incluyen muchas confusiones: a grandes rasgos 1/3 de los encuestados cree que Mujica y Orsi están a favor del plebiscito y otro tercio no sabe; un 40% cree que Delgado y Lacalle Pou están a favor o no saben su posición.

Ojeda tiene razón. El futuro del país lo está decidiendo gente que está desconectada, lejos de la política.

Como parte de su exposición, el candidato colorado contó que en una nota Lucía Topolansky lo definió como un rabanito. “Me fui a googlear”, dijo Ojeda (también confieso que hubiera preferido que su fuente de consulta fuera la real academia) “cuáles eran las características del rabanito. Y la respuesta es fresco y picante”. Topolansky también tiene razón.

Atraer a un público desencantado con la política es condición necesaria para que la democracia siga funcionando. Ojeda lo entendió.

Pero no es suficiente. Para que la verdadera democracia funcione no alcanza con votar la campaña más llamativa ni más canchera, hay que entender su contenido detrás del eslogan y el cotillón.

Ojeda está haciendo muy bien la primera parte. Veremos si hay espacios para que se dé lo segundo.

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