Fumata blanca para Cónclave

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No es la primera vez que se lleva al cine los hilos que mueve la curia al más alto nivel, pero Cónclave, dirigida por el alemán Edward Berger, ha superado las expectativas tanto en recaudación de taquilla como en elogios por parte de la crítica.

Cuando falta poco para una ceremonia de los Oscar en una ciudad, Los Ángeles, más preocupada por la reconstrucción debido a los fuegos que por el glamour de Hollywood, este filme, que se estrenó sin estar en la primera línea de los favoritos a la hora de llevarse galardones, va acumulando premios en diversos festivales.

Cónclave, la película, está inspirada en la novela homónima que Robert Harris publicó en 2016 con bastante éxito y dentro del género de lo que se conoce como airport novels, esos libros (usualmente de misterio o romances) que los viajeros compran en los estands de los aeropuertos para disfrutar de una lectura amena a lo largo de un vuelo o en las salas de embarque. Sin duda, Berger, acompañado por un elenco de estrellas como Ralph Fiennes, John Lithgow o Stanley Tucci, ha retenido la esencia de este thriller religioso que arranca con la sospechosa muerte de un Papa ficticio.

La ceremonia que se requiere para elegir al nuevo sumo pontífice puede durar días, con tediosas sesiones cuya única emoción se escenifica al final de la jornada por la fumata que sale de la chimenea. Esa es, grosso modo, la trama de la película, pero a ese ritual (que comenzó en el siglo XI), se le añaden los complós palaciegos, las traiciones, los secretos, los pactos a espaldas de otros. De ese modo, el drama y la tensión se apoderan de los movimientos sincronizados de los cardenales que permanecen aislados mientras dura el proceso. En un segundo plano, aparecen las monjas que los sirven y cuyo silencio no significa que no tengan ojos.

En los corredores del Vaticano nunca han faltado las maquinaciones por parte de hombres de carne y hueso con una misión divina. Y Berger coreografía este singular ballet eclesiástico con una plástica digna de la grandiosidad de este microestado soberano dentro de Roma. Los encuadres de las escenas evocan las obras de arte que alberga la Santa Sede. Gran parte de la historia se desarrolla dentro de una Capilla Sixtina recreada en los estudios de Cinecittá. Es en esa estancia, adornada por los frescos de Miguel Ángel, donde los cardenales votan por un sucesor. Los claroscuros resaltan las sombras de las debilidades humanas, de las que no están exentos un grupo de cardenales capaces de pecar y caer en tentaciones mundanas como el resto de los mortales. Cónclave bien pudiera trasladarse al entramado de la clase política, con sus puñaladas traperas para ir en una dirección o en otra. Los miembros del Colegio Cardenalicio en la película se dividen en facciones más aperturistas y las que pretenden mantener la corriente más conservadora. O sea, como en las sedes parlamentarias.

Como toda historia que engancha, Cónclave guarda una sorpresa para el final que encierra un mensaje sobre los desafíos que enfrenta la Iglesia católica o cualquier institución regida por dogmas, altamente jerarquizada y dominada principalmente por hombres. No a todos los católicos practicantes les complace dicho giro, pero invita al debate y, sobre todo, atrae a un público deseoso de conocer tan audaz desenlace. En la noche de los Oscar podría haber fumata blanca.

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