Vivimos en un país donde se venden siete cero km por hora y donde cada día llega un baleado o un apuñalado al Hospital del Cerro. Donde más del 40% de la gente no termina el liceo y donde se gastaron en viajes al exterior, solo el año pasado, US$ 4.000 por minuto.
No son realidades excluyentes. Describen una sociedad que se mueve por carriles que rara vez se cruzan. Amalgamar esas disparidades es una de las bases del ADN de Uruguay.
No existe ánimo en reconfigurarlo. Existen diferentes ideas sobre cómo mantener viva esa cohesión que, según sople el viento y otras cuestiones menos mundanas, desembocan en el movimiento de nuestra mano cada cinco años para elegir una lista y colocarla en una urna.
Una dirigente del Frente Amplio opinó que el problema de Uruguay es que “si vivimos tres millones, y un porcentaje importante de gente es pobre, quiere decir que hay gente que se quedó con cosas de esa gente”.
¿Ese es el mensaje? ¿En serio?
Vivimos bajo el sutil yugo de que somos nosotros por medio de nuestros ingresos los que resolvemos, o no, los problemas del país mientras los políticos luchan por votos, y cuotas de poder, para liquidar dineros públicos según crean conveniente.
Su uso (o mal uso) impacta en la vida de todos porque el Estado soluciona varios problemas, recrudece algunos y crea otros.
El eventual próximo secretario de la Presidencia habla de nacionalizaciones, el puñado de moderados del FA calla.
La pasión desenfrenada por el Estado y el desprecio al lucro seguirán ahí. Las señales no son auspiciosas.
La campaña incomodó a un pueblo, pero no atrapó a nadie porque, salvo Andrés Ojeda, ninguno mostró entusiasmo. Estos meses interminables deslucieron a Álvaro Delgado y a Yamandú Orsi.
¿Dónde quedó el secretario de la Presidencia que transmitía aplomo y confianza durante la pandemia? Quizás ahí, en 2020. Por algo, incluso yendo segundo cerca del tercero y lejos del primero, eligió con meticulosidad dónde dar entrevistas esta semana y dónde no.
Fue loable que reconociera que no entusiasma a las masas. Pero ¿era lo que necesitaban sus votantes? Una ración de épica no le hubiera hecho daño. Es probable que, de ganar, sea un buen presidente aunque primero tiene que convencer a más de uno.
¿Siempre fue así de malo Orsi para declarar? No recuerdo que generara tanto desánimo cuando era intendente.
Le perdonaríamos lo simplón por el vicio de la mirada presumida, centralista y montevideana. Inquieta que quede a cargo del país alguien con limitaciones para expresarse, temores para definirse, y reticencias a explicar qué haría con el margen de poder que le suelte un MPP cada vez más hegemónico.
No parecen ser honestos consigo mismo sus comentarios de que el país desperdició cinco años, no tiene rumbo y se cae a pedazos. La mitad del país considera buena la gestión actual, lo cual no es congruente con el catastrofismo de Orsi. Ese mensaje lo aleja de votantes que en cuatro semanas va a necesitar.
El Frente Amplio eligió en los dos últimos períodos candidatos como Orsi y Daniel Martínez y, más allá de preferencias, nadie puede asegurar que sean referentes. No es que tengan mala madera, es que no parece madera presidencial.
De todas formas, no olvidemos que Luis Lacalle Pou era el hijo de, el cheto del British, el cajetilla de La Tahona, de quien a esta altura de 2019, incluso en huestes nacionalistas, se dudaba de si estaría a la altura. Podrá gustar o no, pero fue alguien a quien la Presidencia agrandó.
Hizo moñas de más, y hubo algún que otro desliz, en parte, por esa soberbia tan lacallista. Su aire altivo de doble filo atrae a propios y repele a extraños.
Su sangre azul, su cintura política y sus kilómetros recorridos le inspiran una perspicacia y confianza para conducirse que los demás apenas sueñan con tener.
Ojeda es un caso aparte. Todo lo suyo tiene visos de desenfreno. Hormonas, traspiés, efervescencia. Fiel a la cédula y a su posición en la tabla fue el único que derrochó energía.
Despierta sensaciones encontradas. Parece genuino y, a la vez, no transmite autenticidad. Con él hay perfume de amor primaveral. O quizá este cortejo del segundo semestre sea el comienzo de una relación estable.
Dio ese siempre intimidante primer paso: llamar la atención.
Si las encuestas no fallan y es el artífice de llevar al Partido Colorado a su mejor votación en 25 años, podrá reclamar el manto de liderazgo y posicionarse de cara a 2029. Puede ocurrir, y aun así, los partidos tradicionales conseguir entre ambos el menor porcentaje de votación de la historia. Todo un hito.
El mero hecho de que alguno vendiera una remotísima posibilidad de que Delgado quedase fuera del balotaje simbolizó un sinuoso coqueteo con el fracaso. Tal debacle sería tan profunda como la herida de la grey nacionalista, y la autopsia erraría entre la orfandad y el chivo expiatorio. Basta con sacarle una sólida ventaja a Ojeda para acallar críticas hacia noviembre.
La campaña ha sido un reflejo del gen uruguayo. Enemistados con el riesgo. Pasmados ante el paso del tiempo y confiados en el error del otro. Creyendo que el objetivo se va a cumplir solo y encomendados a la afición estatal.
Descansados en la idea de que si no estamos mal, para qué preocuparnos por estar mejor.
Heredamos esta secuencia y nos cuesta desembarazarnos.