Generación del ’45

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valentín trujillo (*)
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Encima de un avión de tiempo estamos atravesando el banco de nubes de un conjunto de centenarios de hombres y mujeres que fue parte fundamental de la Generación del ’45, una de las más influyentes de todo el siglo XX uruguayo a nivel literario, crítico y periodístico.

Si en 2020 los cien años llegaron para Idea Vilariño, Mario Benedetti, Julio C. Da Rosa y Daniel Vidart, y el año pasado le tocó el turno al gran Emir Rodríguez Monegal y al matrimonio de José Pedro Díaz y Amanda Berenguer, este 2022 tiene el siglo redondo en los cumpleaños de la actriz China Zorrilla (que será el personaje homenajeado en Día del Patrimonio, el próximo octubre), su gran amigo y colega Taco Larreta, la periodista María Esther Gilio, la poeta Orfila Bardesio y dos hombres que se llevaban apenas un día de distancia vital en el calendario: Carlos Maggi, nacido el 5 de agosto de 1922, y Homero Alsina Thevenet, nacido el 6. Ida Vitale y César Di Candia, prodigios de la cédula y de la vida, aún se mantienen en pie, testigos directos de aquella generación e insólitamente activos. Buena parte de los autores nombrados escribieron en el diario El País, pero todos ellos, en diferentes momentos, han sido abordados de variada forma en las páginas de esta casa.

Los ejemplos sobran en la mano. Luego de un periplo por varias de las revistas culturales más prestigiosas de la Generación del ’45, y de haber sido el amo y señor de la sección literaria del semanario Marcha, faro incandescente de la época, Rodríguez Monegal recaló en el diario El País, donde escribió ríos de tinta en notas de crítica de libros, de teatro y de cine, en cantidad torrencial. La inolvidable China Zorrilla, dueña de los escenarios y las pantallas en ambas orillas del Plata, escribió en 1960 una serie de notas periodísticas para El País de su experiencia europea en París y Londres. Las crónicas, exquisitas, fueron reunidas en el libro Diario de viaje, publicado en 2013 por Ediciones de la Plaza. El ojo y la pluma de China se destacan no solo en los mordaces comentarios de las muchas obras que vio en los teatros parisinos y londinenses, tan cercanos al Montevideo de entonces, sino también en el humor y la ironía, el deslumbramiento y el detalle, el adjetivo justo y la anécdota mínima que pinta toda una escena.

Maggi fue un personaje horizontal, casi inabarcable: abogado, dramaturgo, periodista, guionista radial, cineasta, ensayista, historiador, gestor cultural, polemista y agitador cultural, letrista de canciones. También columnista: durante décadas escribió su columna los domingos en estas páginas, titulada “Producto Culto Interno”. Uno podía estar en el más absoluto acuerdo o querer romper la hoja del diario con las columnas de Maggi, pero ningún lector quedaba indiferente.

Alsina, por su parte, fue periodista nato, eminencia de la crítica de cine, “descubridor” junto a Emir de la figura de Ingmar Bergman en un festival de Punta del Este, así como traductor (la biografía de Borges que Emir escribió en inglés Alsina la tradujo al español). Más allá de su primer pasaje por el diario en la década de 1950, Alsina será recordado por haber sido el gran factótum de El País Cultural, un suplemento que durante casi veinte años lo tuvo la frente como su gran timonel, marcando el estilo, el paso propio y el de una camada de colaboradores y periodistas que estamparon una época de crónica sobre la cultura, todos los viernes, entre finales de los ’80s y mediados de los 2000.

La Biblioteca Nacional del Uruguay tiene una responsabilidad muy grande con cada uno de ellos. No solo posee todas las obras literarias y periodísticas, una base amplia para la lectura y el conocimiento de los diversos autores nacionales, sino que también en muchos casos alberga en su Archivo Literario la papelería personal (manuscritos, correspondencia, imágenes, textos inéditos, etcétera) de los escritores, un soberbio material para los investigadores que deseen adentrarse en las vidas y las circunstancias e intentar descifrar los destinos detrás de las firmas.

Alguien puede preguntarse, con validez, qué queda hoy de aquel ’45, después de los homenajes, la pompa de los centenarios y el recuerdo institucional. Y es válida la pesquisa. Más allá de las sombras y los lamparones que todos los autores tuvieron (y en el caso del ’45 considero importante el abordaje, como parte de un proceso de desmitificación), hay muchos de sus textos que merecen ser releídos. Son parte de la tradición, y la tradición hay que conocerla.

El ’45 no fue uniforme, sino heterodoxo y diverso, a veces erudito y a veces ramplón. Reivindicó el poder de la palabra impresa y del intelecto frente al consumo materialista que golpeaba la puerta. Acertó muchos de sus dardos, pero también erró -con la ventaja de la perspectiva presente- de forma un tanto grotesca. Fueron orgullosos, en general pedantes y brillantes, amigos inseparables, se pelearon a muerte y rara vez se pidieron perdón. Fue una foto fiel de lo que el Uruguay produjo después de la segunda guerra, voces de desesperanza en medio de los estertores de la Suiza de América. Marcaron al país y se proyectaron lejos, por el mundo. Voces talentosas y sarcásticas, en medio de los cambios de un mundo nuevo, difícil de comprender. Voces que en la vuelta de un siglo de distancia todavía retumban, e incluso para poder desafiarlas hay que conocerlas, valorarlas, discutirlas y volver a pensarlas. Quizás en el tránsito silencioso de las páginas esté aguardando el mejor homenaje.

(*) Director de la Biblioteca Nacional

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