¿Trump es un genio de la negociación que va siempre tres pasos adelante del resto? ¿O un troglodita prepotente que promueve ideas equivocadas y que hará mucho daño? Estos días, leyendo y escuchando analistas y opinólogos parecería que se enfrentan estas dos tesis irreconciliables. Las dos tienen un punto cierto, pero no son igualmente válidas.
Empecemos por los tantos que se anotó el nuevo presidente de la principal economía del mundo. Su capacidad de marcar agenda es incuestionable. En su primera llegada a la Casa Blanca puso su obsesión con China en el centro de la escena. Fue el primero en señalar lo desleal de muchas de las prácticas de la potencia asiática, el robo descarado de propiedad intelectual y la necesidad de fijar nuevas pautas de relacionamiento con la economía desafiante.
Un tema al que parece Trump haber arrojado luz es la incapacidad de Europa de defenderse a sí misma. La idea de que Europa depende absolutamente de EEUU en su defensa ante cualquier eventual amenaza hoy es un hecho, pero no lo era hace pocos años. Europa está despertando; la idea de que hay que gastar mucho más en defensa y que el proyecto occidental que el viejo continente representa no puede depender del humor de un presidente del otro lado del océano parece ser un acuerdo entre los principales líderes de Europa.
En muchos temas, con brutalidad e inconsistencias, Trump planteó primero que nadie asuntos que la realidad, y sus interlocutores, terminaron aceptando tiempo después.
Pero veamos la otra cara, la del Trump que es un peligro, la del personaje que dice cualquier disparate sin asidero en la realidad que en sí mismo generan daño. Su intuición proteccionista es el ejemplo más claro que esto. En este gobierno la guerra comercial arancelaria dejó de tener a China como objetivo central para bombardear a socios y aliados. Su amenaza de imponer aranceles a México y Canadá significa la destrucción de cadenas regionales de valor, incumplible sin estar dispuesto a pagar un inmenso costo en menor riqueza para la región. Pero aún con la marcha atrás que Trump dio en estos temas, el daño ya está ahí.
Su postura geopolítica para con Ucrania va en el mismo sentido. Ante ayer Trump incorporó como propia la mirada de Putin sobre la guerra en Ucrania. Acepta integralmente el relato del agresor sobre la guerra, una claudicación tristísima. Claro que no faltará quien crea que es otra genialidad de Trump, que con esas declaraciones sienta las bases del acuerdo posible. Le baja a Europa la vara hasta el suelo, para luego arreglar. Quizás funcione, pero el daño a los valores occidentales, será irreparable.
Sin dudas es cierto que Trump es un gran negociador y que no hay que tomarse tan en serio lo que dice. Su método es siempre igual: si hoy tengo 10, exijo 100 para acordar por 20. Eso puede funcionar algunas veces, quizás muchas en el corto plazo. Personalmente soy pesimista sobre esta forma de vincularse del líder de la principal potencia del mundo. Tratar igual a democracias aliadas que a dictaduras imperialistas no parece un buen camino. El patoteo rinde en el corto plazo, pero a diferencia de los negocios, en la geopolítica necesariamente el juego se repite.