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Gran blablá social

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Hay lugares comunes de la retórica política que, con el paso de los años, uno aprende a traducir a su real significado. Por ejemplo, el eslogan de “que pague más el que tenga más”, en verdad quiere decir “aumentale impuestos al que más labure”. Otra frase por el estilo es esa de “convocar a un gran diálogo social”.

Es el atajo que toman en el FA para zafar de la presunción de que, si ganan, demolerán tanto la transformación educativa como la reforma de la seguridad social de 1996 y volveremos a fojas cero.

Cuando les decimos que eso significaría en la práctica una marcha atrás del país, dicen que no, que lo que postulan es un gran diálogo social. Lo escriben en su programa e incluso lo aclaran los 112 economistas del FA que rechazan la iniciativa del Pit-Cnt, por lo que recientemente fueron tratados de “ratas alegres en el queso” por Marcelo Abdala.

¿Qué van a hacer para mejorar la educación? Un gran diálogo social.

¿Qué van a hacer para una reforma previsional sustentable? Otro gran diálogo social. El adjetivo “gran” lo dice todo. Su idea no es convocar a los expertos en los respectivos temas. Esto ya lo hizo el gobierno. Más bien proponen una asamblea donde participen ampliamente las corporaciones, aún cuando defiendan intereses contrapuestos.

Esta peli ya la vi. La reforma educativa de Germán Rama fue primorosamente desmontada por un Congreso de Educación que se realizó durante la primera presidencia de Vázquez. Un amigo del sector privado que participó ahí me confesó que huyó despavorido, por la multiplicidad de aportes caóticos e irrelevantes que terminaban imponiendo al que hablara más fuerte. Otro tanto puede decirse de un supuesto “Plan Nacional de Cultura” que se estuvo discutiendo en todo el país durante la segunda presidencia de Vázquez. Otro amigo y colega, perteneciente al equipo del MEC que implementó ese programa, me admitió en febrero de 2020 que de allí no salió nada que valiera la pena. Y era lógico que eso pasara, porque condicionar las transformaciones políticas a una negociación entre corporaciones de disímiles objetivos es tan ritualmente inútil como bailar la danza de la lluvia para repeler la sequía. Y es peor que inútil, porque desconoce la soberanía popular expresada en las urnas y la reemplaza por otra, trucha, emanada de grupos de presión que no la representan. Es el viejo corporativismo totalitario, aplicado tanto por el fascismo de Mussolini como por el comunismo de Stalin.

Habría que preguntar ahora a los redactores del programa del FA en cuánto se movería la barra del Pit-Cnt de su gravosa posición actual, si se la pusiera a dialogar con economistas que conocen los números y la complejidad demográfica. No la veo negociando mansamente con gente a la que califica de roedores.

La comisión que tuvo a su cargo la reforma previsional del año pasado convocó a un diálogo plural: desde el principio contó con expertos del FA. Y luego, el proyecto de ley resultante fue entregado por el presidente Lacalle a la oposición. Lo mismo puede decirse de la transformación educativa: ahora dicen en su programa que las conclusiones de ese “gran diálogo social” serán “políticamente vinculantes”. Traducción: no importa lo que piensen los representantes políticos, el FA hará lo que decidan las corporaciones.

Imagine el lector qué hubiera pasado si el gobierno, en lugar de convocar al GACH, hubiese combatido la pandemia con un gran diálogo social. Estaríamos todos tocando el arpa.

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