Hablemos de privatizar

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ignacio de posadas
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Por qué no? Una de las características del conservadurismo yorugua (muy bien explotado por la izquierda), es que privatizar significa algo riesgoso. Doblemente: económicamente y moralmente.

A lo que se suma otro atavismo bien nuestro: hubo un referéndum contra la Ley de Empresas Públicas y eso zanjó el asunto: no se puede hablar más.

El tema ha llegado a convertirse en un arma arrojadiza para la izquierda. Lo vimos no hace mucho, cuando el presidente de Fancap le armó un escandalete mediático en Minas al presidente Lacalle Pou: lo acusó de querer privatizar la cementera y lo más revelador fue que éste, pudiendo responderle: “¿y qué?”, se apresuró a recalcar que no era así.

Algo parecido me ocurrió a mí en un programa televisivo, supuestamente para comentar mi libro, “¿Te Acordás Hermano? “ Rápidamente las preguntas apuntaron a querer poner de manifiesto mi supuesto neoliberalismo, revelado en la creación de la referida ley de Empresas Públicas, que tenía privatizaciones (no todas impugnadas) y varias cosas más. Fieles a su instinto, varios de los periodistas intuyeron que ahí había un buen punto para atacarme.

Pero, al fin de cuentas, ¿qué es esto de privatizar? Ni más ni menos que permitir el desarrollo de ciertas actividades, que no son fines esenciales del Estado, a manos de agentes económicos, sea total o parcialmente. Puede tratarse de actividades que el Estado está desarrollando, por motivos históricos, o de otras nuevas, vinculadas con aquéllos.

¿Dónde está el pecado?

De hecho, para la izquierda hay más de un pecado en las privatizaciones. Para el caso en que lo apuntado fuera pasar una actividad del Estado a privados, se estaría despojando a la gente de algo que le es propio (“Ancap es de todos los uruguayos”), para beneficiar a algunos. A lo que se suele adicionar imágenes pintorescas, como aquellas de las joyas de la abuela y la de los piratas, que se venían para robarnos las telecomunicaciones.

Hábil, pero trucho. Los entes estatales no son de la gente: prueben de incidir en sus decisiones. Lo que sí deben ser es para la gente, (o sea, para los privados) y eso justifica, en muchos casos, buscar fórmulas prácticas para que así ocurra.

El otro pecado, muy yorugua, está en el lucro. Si la actividad la realiza el Estado no perseguirá fines de lucro y eso es garantía de honestidad y de benignidad para los usuarios. La experiencia ofrece innúmeros ejemplos de corrupción estatal y de persecución de intereses espurios y ajenos al bienestar de la sociedad.

Pero, además, no sólo nada tiene per se de malo el espíritu de lucro, sino que es esencial al funcionamiento, tanto privado como público. Ya sabemos qué ocurre cuando las empresas públicas (entre otras reparticiones estatales) se mueven ignorando pérdidas y ganancias: suelen parir fenómenos como Antel Arena y Gas Sayago.

¿Y los funcionarios no persiguen ganar? En una vaca tan sagrada como la educación, cuando se exige más recursos, ¿acaso no van a parar a los bolsillos de funcionarios y proveedores?

Ahora, el epítome de la fallutería que se enmascara atrás de estas fábulas está en el uso, abundante, que el Frente hizo del instrumento privatizador cuando fue gobierno. El Frente, no solo no estatizó nada de lo que, por ejemplo, el gobierno Lacalle Herrera privatizó, sino que eligió vehículos jurídicos de derecho privado para muchas actividades del Estado.

El Plan Ceibal quizás fuera el ejemplo paradigmático: una verdadera revolución para la educación pública que el presidente Vázquez se cuidó muy bien de ubicar por fuera de la ANEP.

Pero, más allá de eso, tenemos otros ejemplos, como el caso de Ancap: durante las administraciones frentistas, creó (o mantuvo) más de una docena de sociedades de derecho privado, en algunos casos violando la Constitución (artículos 185 y 188). La galaxia Ancap incluyó:

ANCSOL S.A.

CABA S.A.

CARBOCLOR S.A.

CEMENTOS DEL PLATA S.A.

CONECTA S.A.

DUCSA

GAS SAYAGO S.A.

GASODUCTO CRUZ DEL SUR S.A.

GASUR S.A.

MATRIZ S.A.

PEMACOR S.A.

PETROURUGUAY S.A. y

TALABRÁS S.A.

¡Pavadita lo del ojo!

Y hay otros dos ejemplos más de doble moral en esto de la privatización.

El presidente Vázquez no perdía oportunidad de vanagloriarse con aquello de “cambiamos la matriz energética nacional”. ¡A la pucha! ¿Y cómo hicieron eso? Muy fácil, usaron un artículo de la ley de Empresas Públicas (redactado por un servidor) -que el FA había votado en contra- por el cual nosotros terminamos con el monopolio estatal en la generación de energía, permitiendo la explosión de energías renovables que hoy vive el país.

Otro tanto puede decirse de la telefonía celular: tal parece que los piratas no se robaron Ancel y que el esquema de libre competencia es un balazo.

En definitiva, el mantra conservador es un falso dios que está maniatando al país. Todos somos privados. Todo debe estar orientado a los privados.

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