Hacia dónde vamos

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Aunque el clima está definido como un tema estratégico a escala global, es evidente que los detalles de las negociaciones llevadas adelante por las naciones, así como las medidas que se adoptan procurando alcanzar los objetivos del Acuerdo de París, despiertan muy poco interés público.

Ni siquiera las alteraciones extremas en el comportamiento climático, -cada vez de manera más frecuente- y que tanto afectan a los continentes en términos de sequías, inundaciones, huracanes, incendios y nevadas, parecer lograr sacudir la modorra y movilizar a las sociedades hacia políticas más enfocadas con la sustentabilidad.

En otras palabras, las alarmas suenan con mayor estridencia sin que ello provoque reacciones proporcionales en la toma de decisiones.

Hace unos días se anunció con cierto optimismo un acercamiento producido entre los gobiernos de Estados Unidos y China en materia de lucha mundial contra el cambio climático. Tratándose de los dos países más contaminantes de la atmósfera con gases de efecto invernadero (29% China; 14% EE.UU.), es obvio que sus decisiones en la materia tienen un gran impacto global. Recordemos que se aspira alcanzar la neutralidad de carbono para 2050, algo que hoy se ve como realmente difícil.

¿Qué sucederá si no se logra? El reputado Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) vaticina (de manera científica y objetiva) que enfrentaremos condiciones ambientales cada vez más adversas, subrayando a la vez que no se pretende infundir temor innecesariamente exagerando los pronósticos, sino de alertar a la humanidad para que sea capaz de minimizar daños y perjuicios, rectificando a tiempo los caminos equivocados.

Entonces, ¿qué se espera de los países más contaminantes, los que al mismo tiempo son las economías más potentes?

Deben ser ellos los que realicen los mayores esfuerzos económicos, tecnológicos y políticos para combatir el problema de fondo.

En el caso de China -más rezagada- deberá reducir de manera significativa el uso de carbón, así como sus emisiones de metano, añadiendo a esa postura una mayor transparencia en el suministro de información y datos oficiales.

El desarrollo económico y la industrialización no deben utilizarse más como excusas para continuar impulsando políticas equivocadas y fallidas en materia climática. Está probado que la sustentabilidad permite el buen desenvolvimiento de las naciones garantizando también una correcta protección ambiental.

Pero, con tantas asimetrías en el planeta, hay que decir que estas megapotencias mundiales, también deberían asumir el compromiso voluntario de ayudar a los países en desarrollo a cumplir con el Acuerdo de París. Estamos hablando de destinar grandes sumas de dinero y compartir la modernización tecnológica para transformar la lucha climática individual en una iniciativa mucho más global.

Decirlo resulta sencillo, concretar-lo algo muy distinto. Sin embargo, a mediano plazo se verificará que no se trata de gastos cuestionables y difíciles de justificar, sino de inversiones para construir un futuro mejor y más justo, en el cual todos saldremos favorecidos.

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