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Hay mucho por hacer

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Las polémicas, las confrontaciones y negociaciones que se vienen llevando a cabo desde hace tiempo en algunos de los temas ambientales más influyentes de la vida de la sociedad, están marcadas por sus connotaciones económicas.

En la medida que el abordaje de tal o cual problema no genera pérdidas, las soluciones aparecen sin levantar casi resistencia.

Pero cuando implican costes significativos, grandes inversiones iniciales o cambios significativos en los sistemas de producción, es dable esperar una enorme resistencia al cambio, que se exterioriza a través de una férrea oposición, campañas de desacreditación, y cuestionamientos de todo tipo.

El otro factor que coadyuva en este enfrentamiento dialéctico es el tiempo.

Aunque se pueda estar de acuerdo con el diagnóstico y quizás hasta con las soluciones propuestas, no se lo está con la inmediatez que demanda poner en marcha las soluciones a los problemas.

Son conscientes de que el cambio es inevitable pero cuánto más se retrase les permitirá continuar con su actual negocio, obteniendo sus réditos durante un período mayor. Se trata de una pulseada.

Ese tiempo del que hablamos se puede ganar de diferentes maneras. La primera es promover la duda mediante opiniones contrarias a las de las grandes mayorías del mundo científico/tecnológico; pero deben resultar más o menos convincentes para el público. Se insiste en instalar las polémicas procurando incidir en la toma de decisiones políticas; ¿de qué manera?, postergándolas.

La segunda es complejizar todo lo posible las negociaciones en el ámbito político de tal manera que las decisiones de fondo, en lo posible, se posterguen indefinidamente.

Una tercera estrategia suele ser la distracción de la opinión pública como elemento para establecer un cierto control social. Se desvía la atención del público de algunos de los problemas importantes, con el propósito de que no se interese por el conocimiento que incide directamente en sus vidas, como el de las áreas de la ciencia, la economía y la política. Se podría resumir en “mantener al público ocupado en otros asuntos” colocando el énfasis en que hay otras necesidades y urgencias sociales prioritarias.

La complejidad del tema también involucra la intervención de sectores emergentes de la sociedad que realizan un trabajo igualmente dedicado para imponer sus visiones y perspectivas en la comunidad. En este caso sus motivaciones suelen ser una mezcla de ideologías y sentimientos, que los impulsa muchas veces a promover discursos de perfiles conspirativos, poco realistas y a todas luces manipuladores.

Si apelamos a la racionalidad y al sentido común, deberíamos concluir que el abordaje de los desafíos socio-económicos-ambientales que enfrentamos tendrá mayores posibilidades de éxitos, si dejamos de lado los intereses personales y corporativos para dar paso a la supremacía de los intereses generales. Esto que parece muy democrático y justo choca una y otra vez con lo opuesto.

No olvidemos que lo que hace tan singulares -y a la vez tan complejos- a los asuntos ambientales es su carácter holístico. Cada realidad es un todo distinto de la suma de las partes que lo componen. Por lo tanto, resulta imprescindible trabajar todos los días para combatir la desinformación, el engaño, la manipulación y la indiferencia.

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