Se viene el verano y con él la lectura postergada. A veces volver a los autores nacionales es recomendable.
Entre ellos se encuentra Carlos Reyles. Este, además de escritor, fue un hombre de progreso en el campo, fundador de la Federación Rural, exitoso turfman, político y presidente del SODRE.
Luis Alberto Menafra escribió una recomendable biografía sobre él publicada por Editorial Síntesis en Montevideo en 1957.
El primer libro suyo que leí fue “El Gaucho Florido“. Trata de las peripecias de los troperos de la Estancia “El Tala Grande“.
Entre ellos, se destaca Florido, el más gaucho e intrépido de todos los que trabajan para Don Fausto, el propietario del establecimiento.
Entre tropeadas a La Tablada, amores con las mujeres del pago, domas de baguales en las mangas de piedra, revoluciones y fiestas camperas, el libro presenta la vida de finales del siglo 19.
No lo dice en forma expresa pero es claro que los lugares que recorren los protagonistas son Durazno y Tacuarembó.
Quien conoce la zona, reconoce las mangas, cercos de piedra, aguadas, cuadros de casas con patio y aljibe al medio, galpones, rincones de invernada y cerros que se describen.
El que se interese sobre la vida del autor encontrará otras coincidencias. Por ejemplo el enorme parecido entre Don Fausto, el propietario de la estancia El Tala Grande, con Don Carlos Genaro Reyles, padre del escritor.
Algunas menciones llevan a esa conclusión.
Como cuando los troperos ven que su profesión de arreadores de ganado por tierra hasta la capital se ve amenazada por el arribo del ferrocarril “que ya llega hasta Molles y pronto lo hará hasta Paso de los Toros“. Molles, hoy llamado Carlos Reyles, queda justamente en la zona donde estaban los campos de Reyles.
Son muy buenas algunas observaciones que hace Don Fausto y que con seguridad Reyles escuchó de boca de su padre. Como que alcanza con ver cómo baja el ganado a la aguada para ver si está gordo o flaco. Si bajan ligerito es porque están flacos, pero “si bajan tranqueando corto es porque están gordos“ y prontos para enviar a La Tablada (hoy día para embarcar a los frigoríficos).
El personaje principal, Florido, el gaucho tropero, al igual que el Don Segundo Sombra de Ricardo Guiraldes, efectivamente existió. Anda algún descendiente suyo todavía por Durazno.
Reyles lo pinta como un superhéroe campero por el que suspiran las mozas del pago, domador de primera (lo monta “tan suavecito que el potro no se entera“), tropero que tiene necesidad de largarse a los caminos en una muestra de que es libre.
Sus consejos a los jóvenes se presentan a cada rato. Sirven para el campo y para la vida. Por ejemplo cuando vienen arreando un ganado y deben pasar un río. Una y otra vez lo intentan y los animales al llegar al agua se niegan.
Desde una loma, Florido, pitando un armado, les dice: “Dejen que el ganado piense“.
No faltan las revoluciones, los malos hombres del Comisario del pueblo, los desastres que provoca el clima con tormentas y turbonadas que dejan el tendal de ovejas muertas y la lucha del hombre contra todo esto.
También se presenta a El Tala Grande como un lugar de progreso en el que se busca la mejora genética del ganado y la utilización de cercos de piedra..
Fue Reyles padre uno de los primeros en introducir animales de pedigrí al país. Los llevó a ese departamento (unos bovinos de la raza “Durham“). Fue ahí que se hizo la primera inseminación de América Latina en ovinos. Es ahí donde hoy se realiza la mayor exposición ganadera después de la del Prado.
La tradición entendida como el progreso del trabajo en el campo está muy presente en el lugar.
Esa tradición que no se quedó en el pasado, sino que avanza y de la que se da cuenta en el final de El Gaucho Florido.
Va aviso de spoiler.
Después de muchos años Florido y Sapata, los troperos vuelven a El Tala Grande a visitar a su expatrón, Don Fausto, quien se está muriendo.
El establecimiento “no ha envejecido. Se ha transformado y sigue transformándose, pasando por distintos avatares“.
Ya no hay ganado criollo chúcaro, sino de pedigrí. Hay teléfono, un coche en la puerta, desaparecieron el lazo, las boleadoras y los gauchos de casta brava. El fogón es hoy una espaciosa cocina, los peones usan bombachas angostas y espuelas chicas.
Florido y Sapata aparecen vestidos “como antes, de chiripá, bota de potro, culero, cinto con broche de plata y oro y mayúsculas espuelas de hierro“.
Don Fausto les ofrece que se queden, les dice que su cuarto sigue sin ocuparse, que los ha estado esperando desde que partieron.
Ellos se niegan y resumen ese momento de transformación que se está viviendo.
Saben que su mundo se está yendo. Lo aceptan y responden “los gauchos de nuestra laya no tienen cuasi qu´haser en las estancias grandes d´aura. Ya no se bolea, el lazo poco se usa, los apartes se hacen en los bretes, no hay que lidiar con haciendas chúcaras, las tropas las lleva el tren, los baguales se doman d´abajo. Hay que agringarse pa´vivir”.