El Partido Nacional tiene una forma de hacer política que difiere radicalmente de la del Frente Amplio (FA). En el ADN de sus dirigentes, que se educan políticamente en liturgias de sacrificio por amor a la Patria, y que por una u otra vía saben bien que el Uruguay no está conformado solamente por la cultura urbana-montevideana, respira la idea del bien común. Hay un convencimiento de que poniendo buena voluntad, sentido común, trabajo y atención por las razones del que piensa distinto, es posible encaminarse en conjunto y con tranquilidad hacia el bien común que a todos beneficia.
El ADN frenteamplista es distinto. Para la izquierda hay irremediables diferencias de clase dentro de la sociedad, con intereses confrontados que exigen marcar límites en los que de un lado están los amigos y del otro los enemigos; y esa idea del bien común es un engaño de las clases acomodadas para mantener sus privilegios. La izquierda no solamente acepta el conflicto entre partes de la sociedad, sino que sobre él se basa para fijar su agenda: siempre hay una alteridad que debe ser excluida, porque sus intereses son incompatibles con el sentido de la Historia que la izquierda encarna y refleja.
Ciertamente, la vida política admite matices a estos ideal-tipos weberianos. Sin embargo, es a partir de ellos que se puede entender por qué a los blancos les cuesta tanto admitir que hay grieta política, social y cultural en Uruguay; o por qué a los frenteamplistas les encanta esa misa maniquea y resentida que define a todo lo no-izquierdista como manifestación del demonio a ser abatido, que es el carnaval de Montevideo, con su catedral de odio y suspicacia que es el teatro de verano.
El asunto se plantea con fuerza en año electoral. En definitiva, ¿cuál es el ADN que termina ganando? Con razón hay quienes dicen que ninguno alcanza para triunfar en el balotaje: una vasta comunión exige siempre aguar el vino. Empero, es innegable que el piso del FA es 39% desde 1999, y que entre el plebiscito por la seguridad social, el proceso realmente competitivo de su interna de junio, y el protagonismo mayor de tupamaros y comunistas, este FA se aleja muy poco de su ADN puro. No hay por qué esperar campañas izquierdistas distintas de las mentiras, el odio y el miedo promovidos para el balotaje de 2019; o de las infamias y disparates que alentaron al voto rosado en marzo de 2022.
A este FA no se le gana con el ADN blanco, ingenuo y tranquilo, que se niega a ver la realidad de la grieta y que se aferra a su ideal de comarca que intuye fácilmente cuál es su bien común. Del otro lado hay un enemigo feroz que subrepticiamente es capaz de lograr instalar la idea, incluso entre los propios blancos, de que los senadores Da Silva y Bianchi son exagerados en sus críticas a la izquierda, a la vez que consigue que casi nada se diga sobre las montañas de mentiras en las que se ha basado la tarea opositora del FA desde marzo de 2020.
¿Alguno cree que Uruguay va a ser el mismo de siempre -otra expresión hija del ADN buenista blanco-, si Cosse es presidenta con mayoría relativa del Partido Comunista y con el plebiscito contra la seguridad social aprobado? Como bien alertó el precandidato colorado Ojeda: estamos a un metro y medio de Venezuela. Hay que espabilar.