Carlos Liscano y Cuba

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hebert gatto
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Para quienes no son duchos en la cultura literaria, cabe recordarles que Carlos Liscano, es un prolífico novelista, poeta, dramaturgo, periodista y ensayista compatriota, autor de más de cuarenta obras.

Fue viceministro de Cultura durante el mandato del Dr. Tabaré Vázquez, así como director de la Biblioteca Nacional. Con múltiples traducciones y varios premios por su labor literaria. Integrante en su momento del Movimiento de Liberación Nacional (Tupamaros), sufrió prisión durante trece años. Cabe definirlo como una figura relevante del acervo cultural uruguayo.

Editado por Fin de Siglo, acaba de aparecer una segunda edición de su ensayo “Cuba, de eso mejor ni hablar” en la que Liscano, un hombre que me atrevería a catologar como de izquierda democrática, nos aporta un enfoque demoledor.

Para él Cuba es una dictadura, pero no una dictadura política, como las tantas que hemos sufrido en América Latina, ni un régimen de “orden” como los golpes militares, o restauradores como las insurgencias reaccionarias, ni siquiera un movimiento de ánimo transformador, vagamente revolucionario, al estilo de algunos populismos, aquí se trata de otra cosa, la aparición de un régimen ideológico importado, el mismo que se implantó en Europa en 1917 con la revolución rusa.

La Imposición a una población de una doctrina clasista del bien social que se proclama científica, pero se cultiva como un dogma religioso y que en tanto pretende reflejar las tendencias evolutivas del desarrollo histórico, se difunde desde el poder, fusionando teología y ciencia. Un posicionamiento que en el corto siglo XX tuvo dos expresiones fundamentales: el fascismo y el comunismo. Por más que no sean estas divagaciones teóricas las que interesen al autor, aun cuando ellas expliquen el corazón del materialismo histórico.

Liscano describe con bien ganada soltura la realidad de un país que durante sesenta años estuvo sujeto a las veleidades de dos hermanos que traicionando las esperanzas de parte de la juventud del continente, impusieron, bajo la cobertura de la utopía del “hombre nuevo”, una dictadura familiar dependiente de los caprichos de los Castro y hoy de lo que resta de ellos. Para documentarlo muestra como la población, privada de mínimas libertades, fue sometida a la mediocridad y a la pobreza física y espiritual; como los intelectuales creativos quedaron subordinados a los dogmas propagados desde el Estado; como los obreros perdieron cualquier atisbo de independencia; como se vejó a los homosexuales y como Cuba pasó en definitiva, a constituirse en un abúlico parásito de la URSS, al presente hundido en la pobreza, el desencanto y la sumisión. Y lo hace citando el propio discurso de sus dirigentes. Por más que otra vertiente más idiosincrática también domine su ensayo.

¿Cómo fue posible, se pregunta con angustia, que tantos grupos y militantes latinoamericanos -y él mismo- callaran entonces y sigan callando hoy sobre esa colosal fábula que fue el “socialismo cubano”?.

Un poderoso constructo al que, junto a los P.C. del mundo, adhirieron partidos, coaliciones e intelectuales de izquierda latinoamericanos, entre ellos Julio Cortázar, Mario Benedetti y sus “fans orientales” o Gabriel García Márquez, deshonestos cómplices de una burda mentira que aún repica en el mundo.

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