Es tiempo de decisiones

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HERNÁN SORHUET GELÓS
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Entre las amenazas que nos desvelan, nos referirnos a dos de ellas que están relacionadas. La primera es de carácter global; y cada vez preocupa más a las naciones del planeta. Nos referimos al cambio climático.

El desarrollo de la humanidad, fundamentalmente desde la revolución industrial, se construyó sobre un modelo energético y de uso de los recursos naturales que sabemos a ciencia cierta incrementa de manera peligrosa el calentamiento permanente de la atmósfera. En los últimos dos siglos, el uso masivo de combustibles fósiles -por ser abundantes y baratos- contribuyó al progreso de los pueblos, pero al mismo tiempo instaló una situación creciente de crisis ambiental planetaria, que debe ser revertida.

Ya van realizadas veintiséis conferencias de Naciones Unidas referidas al tema, con buenos resultados en lo que se refiere a los diagnósticos de los estados de situación, pero desesperantemente magros en cuanto a los resultados efectivos conseguidos.

La segunda, es la incapacidad de lograr la erradicación de la pobreza, y así garantizarles a las personas vivir vidas dignas. Sabemos que para lograrlo necesitamos mejorar sustantivamente la educación, la capacitación laboral, la creación de trabajo, las oportunidades para las iniciativas personales, todo eso en un marco garantizado de desarrollo, libertad y democracia plena.

Nos planteamos una pregunta sencilla pero clave: ¿cómo hacemos para avanzar con paso firme hacia una economía descarbonizada, sustentable y equitativa?

El primer asunto a solucionar es el de la energía, porque sobre ella gira el mundo. Sabemos que los hidrocarburos paulatinamente deberán deja su nicho para que lo ocupen las energías renovables. Pero esta transición es costosa, compleja y dolorosa. Porque se consigue realizando una enorme apuesta al desarrollo de esas tecnologías, demandando mucha materia gris, innovación e inversiones millonarias.

Uno de los problemas planteados es quiénes asumirán tales costes y si estará al alcance de todos en condiciones accesibles.

El sentido común parece indicar que estas disyuntivas deberán resolverse con mucho pragmatismo e inteligencia, porque las realidades nacionales son muy dispares, pero tienen en común que si las consideramos en su conjunto, están concatenadas por sus consecuencias, pues la sumatoria de sus efectos impacta directamente en el aumento constante de las emisiones de gases de efecto invernadero a la atmósfera terrestre.

Sin duda hay una responsabilidad compartida pero claramente diferenciada entre las naciones del orbe. La aplicación de este principio requiere de mucha responsabilidad, honestidad y grandeza, porque, en definitiva, en el ámbito de Naciones Unidas no funcionan mecanismos que impongan, y menos aún hagan cumplir los acuerdos (con tareas policiales y sancionatorias activas).

El camino correcto a seguir es el trazado por la ciencia y la tecnología, porque es el único capaz de hallar las soluciones innovadoras que se necesitan para afrontar a ambas amenazas con buenas posibilidades.

Ante este panorama cada país deberá hacer sus propios esfuerzos, con mucha responsabilidad y compromiso.

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