Con el arribo de cada primavera, se renueva un magnífico espectáculo natural que cautiva a sus privilegiados observadores. Nos referimos a la llegada a nuestras costas de las ballenas francas del sur (Eubalaena australis).
Este mamífero acuático cada año emprende una ruta migratoria desde las frías aguas del Atlántico sur hacia el norte, acercándose a las costas argentinas, uruguayas y brasileñas (hasta Florianópolis) cumpliendo con los rituales de apareamiento y nacimientos de sus crías en aguas más cálidas.
Somos afortunados por disfrutar de su presencia a simple vista desde las costas de Rocha y Maldonado.
Se trata de un hecho que cada año atrae a más observadores, despertando admiración y promoviendo el compromiso con la conservación de la naturaleza. Pero, al mismo tiempo, enriquece a la industria turística esteña, demostrando tener un potencial aún subexplotado.
Hay que señalar que en nuestro país se viene realizando un buen trabajo de conservación de nuestros cetáceos (ballenas y delfines), con acciones coordinadas desde el gobierno -nacional y departamental- y el sector civil. En este último, sobresale el accionar de la Organización para la Conservación de Cetáceos (OCC) con dos décadas de valioso desempeño a través de campañas, acciones y loables gestiones.
Se trata de animales de gran porte, alcanzando los adultos a medir unos 15 metros y pesar 50 toneladas. Nuestra franca austral se reconoce a la distancia con facilidad porque presenta dos características singulares. Por un lado su potente soplido (“chorro de agua”) hacia arriba de su cabeza dibuja una gran “V” inconfundible. Por otro, se pueden apreciar callosidades blanquecinas sobre su cuerpo, en especial en la cabeza.
Es bien sabido que es mala la situación general de los cetáceos a nivel mundial a causa de la pesca industrial, la contaminación química y acústica de los océanos, e incluso hasta por colisiones con grandes buques.
En aguas nacionales la situación más complicada es la de nuestro delfín rioplatense, la franciscana o tonina (Pontoporia blainvillei), una especie endémica -hoy vulnerable- que inexplicablemente resulta casi desconocida para los uruguayos.
Por su parte la franca austral exhibe una alentadora recuperación en nuestra región, producto de exitosas acciones llevadas a cabo por ministerios, intendencias, la Armada y organizaciones no gubernamentales.
Además de su valor intrínseco como especies individuales para los ecosistemas que integran, hay que recordar que los cetáceos son valiosos bioindicadores de la salud marina, de ríos y estuarios (como el platense). Por esa razón están retrocediendo en lugares comprometidos, así como reapareciendo en otros que han mejorado su calidad ambiental. Recordemos las increíbles noticias de delfines surcando nuevamente los canales de Venecia, como inesperada consecuencia de la pandemia.
El secreto está en las acciones individuales; por eso hay que insistir en educación y difusión. Nos parece acertada la iniciativa de OCC de promover la “cultura oceánica” a través de la educación formal de nuestro país. Porque el compromiso personal con la conservación siempre debe ser la meta.