Honestos y estafadores

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RODRIGO CABALLERO
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Buen día, te hago una pregunta, ¿tenés 10 pesos? Es para comprar una ambulancia”. Así comenzó Santiago Maratea, en 2021, su primera campaña de recolección de dinero para fines benéficos en las redes sociales.

Maratea es un comediante y youtuber argentino que, a sus 30 años, se ha convertido en uno de los jóvenes más influyentes del vecino país. El objetivo de esta movida era recaudar 200 mil pesos con los cuales comprar una ambulancia para donar a una comunidad olvidada de la provincia de Salta, la más pobre de Argentina. Al final de la jornada, el joven había logrado reunir más de un millón y medio de pesos con los cuales compró, no una, sino varias camionetas, que luego fueron convertidas en ambulancias y entregadas, según lo pactado.

Por eso, cuando el influencer volvió a pedir dinero, esta vez para ayudar a una niña con cáncer, sus seguidores respondieron de manera masiva. También cuando hizo campaña para juntar plata para colaborar con los incendios en Corrientes y para comprarle el medicamento más caro del mundo a una bebé. Santi pidió la plata para un fin. Los seguidores confiaron en él y realizaron su aporte. El muchacho cumplió su parte y todos contentos y felices.

Ahora, imaginemos qué habría pasado si Maratea hubiera empleado el dinero recaudado, en promocionarse como comediante en un canal de televisión. Si los pesos que sus seguidores le entregaron para ambulancias o el medicamento de la niña, los hubiese invertido en una campaña que lo posicionara como el tipo más gracioso y fachero de Argentina. Y que dicha campaña fuera ejecutada por sus amigos, quienes habrían recibido jugosos emolumentos para llevar adelante la promoción.

En primer lugar, Santiago Maratea habría dejado de ser un influencer de nobles intenciones para convertirse en un estafador. En un chanta que metió la mano en el bolsillo de sus seguidores con el afamado cuento del tío.

Es muy probable que muchas de las más de 6 millones de personas que lo siguen a través de las redes sociales, lo habrían ido a buscar a su hogar en el cheto barrio de San Isidro para hacerle rendir cuentas. Ni hablar que las marcas que lo apoyan le hubieran retirado la confianza y los cuantiosos cheques mensuales que le entregan por sus servicios; y uno no le erraría si pensara que una millonada de seguidores habrían dejado de darle like a sus publicaciones, indignados por el robo.

Todo parece muy lógico, ¿verdad? ¿Por qué entonces los montevideanos aceptamos de manera tan natural que el dinero que le damos a las personas que nos dijeron iban a usarlo en beneficio de nuestra ciudad, lo empleen en otros menesteres de su interés personal o partidario? ¿Qué nos lleva a aceptar con tamaña pasividad, que la Intendencia capitalina, por ejemplo, destine parte de la plata obtenida de nuestros aportes, a financiar un canal obscenamente flechado como lo es TV Ciudad, empleando en el mismo un ejército de periodistas militantes?

A fuerza de reiteración, los ciudadanos estamos acostumbrados a este tipo de tropelías. Y quizá es por eso que no reaccionamos. Al mismo tiempo, por el otro lado, fueron muchos los que saltaron indignados cuando el Presidente de la República, con humor, señaló el abuso al que es sometido el contribuyente montevideano.

País loco el nuestro. Y su capital ¡ni le cuento!

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