Huele a derrota

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En una de las escenas emblemáticas de la historia del cine, Robert Duvall interpreta al teniente coronel Bill Kilgore mientras lidera una misión durante la Guerra de Vietnam. Kilgore les habla a sus subordinados en una playa vietnamita donde los soldados estadounidenses desembarcan para tomar una posición enemiga. Mientras alrededor todo es caos, Kilgore encuentra un momento de la película Apocalipsis Now para ponerse poético y suelta la memorable frase “Me encanta el olor del napalm por la mañana” para luego evocar que le recordaba al “olor de la victoria”.

No tengo claro por qué, pero me acordé de esta escena al intentar ponerme en las pantuflas de los que amanecieron con pintura fresca en balcones, ventanas y fachadas de sus casas y apartamentos. Nada como despertarse temprano, salir al balcón y sentir el olor fresco a pintura. Amanecer y sorprenderse con que, mientras dormías, unos artistas te regalaron una obra de arte.

El fenómeno de la decoración involuntaria que acecha la capital sirve una vez más para polarizar al país: grafiti, ¿por sí o por no? Uruguay tiene desafíos bastante más apremiantes que el de unos grafitis en unas paredes, pero el hecho encapsula una dejadez idiosincrática.

Hay obras escritas sobre cómo el desprecio por infracciones menores, fomenta la ocurrencia de delitos al señalar un grado de desinterés y negligencia pública. De acuerdo a esa biblioteca, por lo tanto, abordar los delitos menores, ayudaría a reducir delitos más graves. Otra biblioteca diría, quizá con razón, que los recursos son limitados y que están mejor destinados a combatir crímenes serios. Hay un tercer camino: aferrarse a la complejidad del asunto. Nada como evitar una definición sobre un problema apelando a su dificultad. Es una actitud que solo en las personas envidiosas y mezquinas, como usted y yo, resulta insoportable. Algunos seres superiores lo usan como estrategia vital.

Sostener que la materia en cuestión es tan enmarañada que para actuar primero es necesario entender esta “carrera tribal por ocupar espacios” bien puede referirse a una disputa entre bandas por afear la ciudad y violentar la propiedad privada o una descripción de la campaña electoral. Hablando de… deberían darnos mala espina aquellos con tanta dificultad a la hora de decir lo que piensan. En general, también deberían preocuparnos los que no se les da bien pensar antes de decir algo, pero esa es otra historia.

Deberían darnos mala espina tantas cosas, pero deambulamos absortos en otras cuestiones. Hay algo encomiable en el ritual uruguayo de oscilar entre la soberbia de creernos mejores que el resto y el complejo de sabernos lejos de nuestro potencial. Es un ritual que se repite con más asiduidad próximo a elecciones, cambios de mando o evento, local o internacional, que reúna a quienes han ocupado la Presidencia. Nos deleitamos porque comparten escenario. Wow. Viendo cómo se comportan en otros lugares, quizá sea un logro. Deben ser, con seguridad, consuelos pírricos.

Es cierto que no son grandes tiempos para los modales presidenciales ni el respeto al derecho internacional. Es cierto que acá no tenemos que preocuparnos porque un presidente decide invadir la embajada de otro país. También es cierto que la complacencia nos ha llevado a una paralizante incapacidad para solucionar, por ejemplo, que uno de cada cinco niños sea pobre.

El problema es que nos ponemos objetivos ambiciosos. Podríamos plantearnos metas realistas, a corto plazo, pequeñas victorias diarias. Como que si la policía detiene a alguien que cometió decenas de rapiñas y existe un video donde se identifica a los responsables, no venga la fiscalía a liberarlos porque vaya uno a saber qué.

Podemos imaginar la contrariedad de quien decidió su liberación cuando los vuelvan a capturar. Podemos imaginar la contrariedad de los defensores de “el grafiti es un arte complejo” cuando agarren a los responsables. Hay que admitir que para ser una república que aspira a ser el primer país desarrollado de América Latina disponemos de tiempo suficiente para ocuparnos de cada problema en el momento oportuno.

Uno de los espectáculos recientes que revela con elocuencia nuestras costumbres preelectorales se presentó entre dirigentes que tienen un repentino afán de transparencia en el ingreso de funcionarios al Estado y aquellos que se sienten atacados por ser del interior, y que tienen, al igual que los primeros, temor de perder votos por hacer lo correcto. En la exhibición no faltó el curioso caso del político que confundió un funeral con un acto de campaña. ¿A quién no le ha pasado?

Pensar que esto recién empieza y, pese al arranque letárgico carente de emoción, ni que hablar de ideas, estaremos en este limbo anestesiado hasta fines de noviembre. Apasionante. Se me ocurre que sería mucho más interesante una campaña donde reinen las propuestas y los análisis, los detalles de cómo cada uno pretender hacer qué cosa. Vaya ocurrencia.

El otro día escuché a un hombre contándole a otro que casi nadie sabía cuándo había elecciones, que ni él estaba seguro, pero que algo había escuchado sobre una encuesta. La escena tenía lugar a la vuelta de uno de los edificios que amaneció grafiteado. La escena olía a derrota.

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