Desde hace un tiempo a esta parte los uruguayos nos sentimos aliviados con las cifras de enfermos, internados y muertes, en franco descenso. Por fin parece que estamos despertando de la angustiante pesadilla que lamentablemente, no ha sido un sueño sino una dolorosa realidad.
Pero apenas levantamos cabeza y respiramos aliviados, surgen noticias como la de los 20 casos de hace unos días en un colegio de Pocitos o los 150 viajeros que llegaron y dieron positivo a la variante Delta, la más transmisible. Si miramos fuera de fronteras, lo que se detecta en la región y el mundo, es un continuo sube y baja. Con los grandes avances médicos y sanitarios alcanzados en nuestra era creímos que esto de las pestes era cosa de tiempos pretéritos, pero a la vista está que no es así.
Las pestes lamentablemente, han sido parte de la historia de la humanidad y librarse de ellas es complicado. Ese paso adelante y otro atrás que en estos momentos observamos en uno y otro continente no representa algo nuevo. La Gripe Española de 1918 comenzó a principios de la primavera, desapareció en el verano y regresó en el otoño. Octubre del año 18 fue el momento más letal en la historia norteamericana. Una tercera ola llegó en 1919 y luego retrocedió, no sin haber matado al menos a 50 millones de personas en el mundo. A nivel de las autoridades sanitarias de EE.UU., había temor de que el virus volviese y en 1976, ocurrió. Pero en esa oportunidad solo mató a un joven soldado. Otra variante del mismo tipo llegó con características de pandemia en 2009, aunque por suerte fue menos severa que una gripe estacional común.
La Peste Bubónica, produjo tres pandemias. La primera, que se conoció como la plaga de Justiniano, duró desde el siglo VI al VIII, con múltiples brotes que arrasaron al Imperio Bizantino. La segunda, la peste negra, llegó a Italia en diciembre de 1347. Se desparramó rápidamente por toda Europa y los peregrinos la llevaron a la Meca al año siguiente. Pronto cayó Escandinavia. Una tercera parte de la población de Egipto feneció y contagios subsidiarios continuaron apareciendo en el continente europeo a lo largo de 300 años. La gran plaga de Londres, conocida a través de la literatura de Daniel Defoe, golpeó en 1665 y después desapareció, sin que se supiera el porqué. Marsella también sufrió un embate a principios del siglo XVIII.
El continente asiático no quedó a salvo. A mediados del siglo XIX la plaga llegó a China y se extendió hasta la India, donde acabó con la vida de 6 millones de personas. A principios del siglo XX apareció en la costa oeste de Estados Unidos y un residente chino fue la primera víctima. El Gobernador de entonces lanzó una teoría (cualquier parecido con algunos mandatarios actuales es pura coincidencia) afirmando que la peste no atacaba a la gente de piel blanca. Murieron montones de personas de cualquier color. El bicho aún persiste hoy en poblaciones de ratas y moscas e infecta de vez en cuando a algunos seres humanos. La OMS reporta anualmente unos 2000 casos.
En el siglo XIV, los tártaros asentados en Crimea asediaron el puerto de Caffa en el Mar Negro. Sus hombres traían consigo una horrible enfermedad que mataba a las personas en pocos días o las dejaba sumidas en horrible agonía. Cuando decidieron irse del puerto, el general al mando ordenó tirar los cuerpos de los guerreros muertos o enfermos por arriba de la muralla. Los espantados ciudadanos no encontraron nada mejor que meterlos en barcas y lanzarlos al mar Egeo, rumbo al Mediterráneo. Un día, una docena de embarcaciones llegaron a las playas de Sicilia y los habitantes de la isla se encontraron con la dantesca escena de hombres muertos todavía atados a los remos y marineros moribundos cubiertos de llagas que apestaban. Horrorizados empujaron a los barcos mar adentro pero ya fue demasiado tarde; ratas y moscas huyeron llevando consigo la bacteria causante de la plaga que pronto se expandió a través del estrecho de Messina. Italia estaba rodeada y las naves que se acercaban al estado vasallo de Ragusa (Dubrovnik) eran obligadas a quedar fondeados por 40 días. Es de ahí que proviene el vocablo cuarentena que irrumpió en nuestro vocabulario, aunque lo de hoy sea bastante distinto. Las grandes crisis producen hondos cambios sociales para mal y para bien. El inolvidable libro de Albert Camus, La Peste, ambientado en la argelina ciudad de Orán, azotada por la plaga a fines del 1800, refleja a la vez que interpela, sobre la entrega y la solidaridad de la que es capaz el ser humano en momentos críticos, a través del Dr. Rieux y su ayudante
La Peste Negra marcó el fin de la Edad Media y el comienzo del Renacimiento. La medicina escolástica dio paso gradualmente hacia la evidencia empírica de la era romana, que había sido dejada de lado. Se produjeron colapsos demográficos y económicos pero algunas zonas devastadas se recuperaron con sorprendente rapidez. Más cerca en el tiempo, los millones de muertos causados por la Gripe Española, además de las bajas provocadas por la 1ª Guerra Mundial, permitieron cambios sociales profundos, como el sufragio femenino y el ingreso de la mujer al ámbito laboral.