Todo empezó con Lutero. No las causas, propiamente dichas. La historia es un continuo y, por lo general, los fenómenos que aparecen tienen raíces muy hondas y que vienen de lejos.
Pero Lutero fue el que empujó el chancho en la bajada, por decirlo técnicamente. No fue el primero que se peleó con un Papa, o que impugnó la autoridad secular del pontificado.
Tampoco fue el primero en negar el contenido teológico de la Iglesia. Pero sí lo hizo de una forma especial, desde adentro, desatando violentas pasiones que, al tiempo de quebrar el orden establecido, terminando con siglos de un mundo occidental dirigido según una única verdad, por un único intérprete legítimo, desató un período de guerras violentas en toda Europa.
Hasta ese entonces, la visión filosófica del hombre y de la realidad que predominaban armonizaba con su interpretación teológica, aunque no fuera su corolario necesario: la creación, obra de un Dios racional, era entendible por el hombre, también obra del creador y también racional.
La revelación divina completaba la comprensión del mundo compartida por la mayoría de la humanidad, incluyendo sus gobiernos y sus pensadores.
Pero cuando las reformas protestantes (que no fue solo Lutero) decretaron que todo hombre era sacerdote e intérprete válido, esa unión de la teología y la filosofía del Orden Natural se comenzó a agrietar.
A tapar el agujero acudieron los pensadores del Iluminismo, para buscar nuevas bases que sustituyeran la explicación teológica que ya no solo no era aceptada por todos, sino causa de odios y disensos.
Así, algunos echaron mano a la razón y buscaron rehacer el edificio sobre bases filosóficas. De ellos, los hubo quienes, como Locke, partieron de fundamentos deístas y explicaron desde allí, cuál era la capacidad del hombre para conocer y, sobre esa epistemología, cuál la realidad del mundo y del hombre, para luego explicar cómo debía de ser su conducta, tanto individual, como social.
Pero otros, habiendo soltado amarras, derivaron más lejos de los fundamentos teológicos y, o prefirieron hacer abstracción del asunto para no entrar en polémicas o, como Hume, los negaron y así tuvieron que buscar otras explicaciones para basar la moral del hombre.
De ahí va a nacer la teoría del egoísmo racional, muy propia de cierto liberalismo anglosajón que, con mutaciones, continúa hoy, muy marcadamente, en vertientes de corte llamado neoliberal.
Muy sintéticamente, el hombre está constituido psicológicamente con dotes de inteligencia que le permiten juzgar lo que sea mejor, en función del ejercicio de su libertad orientada por un “sano egoísmo”. No habría mejor barómetro, por lo cual el principio rector ha de ser el de la libertad individual y todo debe estar subordinado a ella.
No faltó mucho para que otros pensadores avanzaran por el camino de las explicaciones racionales del universo y, viendo que se había vaciado el pent-house, lo ocuparon proclamando al hombre (bueno, por lo menos yo), no sólo una mente superior que no precisa de ningún Dios, sino también poseedor de una voluntad que, al ser iluminada, no solo puede saber cómo son las cosas sino, además, hacer que sean como tienen que ser (según yo, claro).
Y por ahí apareció el voluntarismo que tanto daño ha hecho, no solo en sus variantes de socialismo real y que perdura aún hoy, queriendo planificar la vida de los demás bajo banderas de solidaridad (léase, igualdad material).
Así, por caminos que se bifurcaron (y apartaron cada vez más) la mayoría de los seres humanos pensantes se lanzó a paso firme y sin mirar para atrás. Es decir, sin pararse a pensar qué fue lo que descartaron.
Porque pocos recuerdan ya que existe otra visión de la realidad, con raíces centenarias, que no es peligrosa de “contaminación religiosa” y que explica el sentido de las cosas de una forma mucho más comprensiva y fundada que los espejismos humanos.
Me refiero a la concepción filosófica del Orden Natural. Aquello que nació en Grecia, antes de Cristo y que aún hoy vive. Vive en todos nosotros, aunque no lo reparemos. En nuestras decisiones cotidianas, (cuando no nos da por elucubraciones extrañas).
Que vive, por ejemplo, en nuestra Constitución, de raíz jusnaturalista. Gracias a Dios, porque es de lo poco que nos va quedando para evitar una pérdida total de valores y de vínculos para una conducta armónica en sociedad.
Capaz que no vendría mal darle una mirada al asunto. Empezando por las instituciones de enseñanza y los liderazgos políticos y sociales. Encontrarán una explicación eminentemente racional de las cosas, con raíces profundas de sensatez y evidencia empírica.