Indignación S.A.

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Esta columna nos genera muchas dudas. Porque existe una teoría que dice que a fenómenos como el que según algunas encuestas estaría generando Gustavo Salle no hay que darles prensa. Que no hay que hablar de ellos, porque se retroalimentan de todo el circo que generan sus insultos, salidas de tono, y furias impostadas. Por otro lado, esta pretende ser una pieza de análisis político, y el hecho de que un personaje así pueda llegar al Parlamento dice cosas. De él, pero sobre todo de nosotros como sociedad, que no es justo evitar.

Vamos a ser claros, Salle es un personaje funesto. Y este adjetivo tan categórico, poco usual en este espacio donde preferimos la sutileza y mordacidad, no tiene que ver con su ideología. Sino, justamente, con su carencia absoluta de ella. Esta semana un editorial de El País lo comparaba con Milei o Trump. Absoluto desacuerdo. Cualquiera que haya seguido las noticias habrá notado que Salle arma un menjunje turbio donde mezcla un marxismo básico y caricaturesco, un antisemitismo rampante, y un mix posmoderno de teorías conspirativas que van desde el Club Bilderberg al “nuevo orden mundial”, pasando por un antivacunismo frívolo.

Esto último es importante. Porque hace unos meses nos invitaron a un programa de radio (Rock en la resistencia) un grupo de personas que están en contra de las vacunas del Covid, y en general tienen una posición dolida sobre cómo fueron tratados en la pandemia. Fue una charla dura, y durante tres horas nos defendimos como gato entre la leña de sus reclamos contra el diario y el sistema mediático en general. En muchas cosas no tienen razón, y en algunas sí. La pandemia fue un momento excepcional, es claro que hubo errores, y en esta columna se discrepó con mucha cosa.

Pero, ¿sabe algo? Son gente honesta. Algo parecido a lo de Vega, el diputado del PERI. Se puede tener discrepancias con sus ideas de castración a violadores, de convertir a Uruguay en un polo de producción de ajo, o en que vacunarse contra el Covid hace que se te peguen las cucharas. Pero el tipo piensa eso. Se la juega y asume consecuencias.

Salle es otra cosa. Es un verdadero empresario de la indignación, que ha hecho un modo de vida de ser la voz agraviante que ataca a todo lo que genere algo de consenso en el país. Buscando ganar notoriedad a cualquier precio.

Pero en el fondo es todo falso, impostado. Como la escena al estilo LaChapelle que montó con aquel enano en plaza Independencia. Como su reciente pelea con Alfredo García, donde apenas apagaron las cámaras se fue saludando a todo el mundo como si nada. Como sus arengas marxistas, cuando después en su trabajo de abogado se adapta sin estridencias al sistema para ganar plata.

Pero en el fondo, esta columna no es sobre Salle. Siempre va a haber una voz que busca cosechar del enojo de un grupito alienado.

El problema es el porcentaje que representa ese grupito.

Como nunca nos ha pasado antes, en esta campaña tenemos un divorcio sensible entre lo que marcan las encuestas respetables, y nuestra percepción personal. Que si bien es fruto de una cámara de eco, como todas, los años de oficio y la obsesión personal por pinchar ese globo, nos suele funcionar de antídoto. Y nos resulta difícil de entender co-mo un país con los índices económicos y sociales actuales, con el apoyo que esas mismas encuestas dan al gobierno, una oposición con un rol tan cuestionable en el período (sobre todo en la pandemia), y un candidato que mal disimula rasgos de precariedad llamativos, pueda estar coqueteando con la mayoría parlamentaria.

Bueno, estas mismas encuestas le estarían dando a Salle el ingreso a la cámara de Diputados, e incluso algunas, al Senado. Eso significaría que unos 60 o 70 mil uruguayos serían capaces de votar para que los represente a alguien como Salle. ¿Qué dice eso de nosotros? ¿De nuestra idílica sociedad amortiguadora?

Las respuestas para tranquilizarnos son varias. Que en el fondo sigue siendo un porcentaje ínfimo de la sociedad, que siempre va a haber gente que vote al loquito de ocasión, que es muestra de salud del sistema que pueda integrar incluso a las voces más incómodas. Incluso otras menos amigables, como que cuando tenés 4 o 5 generaciones de cantegril, la mitad de los jóvenes que no termina el liceo, y barrios con índices de asesinatos centroamericanos, esto es lo menos grave que te va a pasar.

El problema es que si las encuestas llegan a tener razón con esto, y las urnas terminan dibujando un panorama de bloques empatados, el que tenga la llave para definir sea alguien como Salle.

Tal vez ese sea el llamado de atención que precisan los partidos grandes para darse cuenta de que en el fondo las políticas que necesita el país no son tan diferentes. Ni hay tantas opciones posibles sobre temas centrales. Y se decidan a colaborar en esos temas, para dejar de ser rehenes de los petisos ruidosos.

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