Está claro que en elecciones la única encuesta válida sobre resultados es la que cantan las urnas. Ahora en los días que nos separan del domingo 24 de noviembre, es el momento en que los dos candidatos presidenciales deberían honestamente presentarse como son a la ciudadanía y defender sus programas y equipos de gobierno, debatir a su respecto y colaborar a una decisión lo mejor fundada de la población.
Álvaro Delgado tiene a su favor una gestión de gobierno iniciada en marzo de 2020, que sorteó dificultades innumerables de gravedad inusitada y que llega al día de hoy con la mejor democracia, empleo, salario real, renta per capita, índice de desarrollo humano, y -abreviando- de un sustentable régimen de seguridad social (pasividades, seguro de desempleo, cobertura de accidente y salud del trabajador y asignaciones familiares) que le destacan en América Latina. Temas en que los organismos internacionales le suelen posicionar junto a Chile y Costa Rica. Tiene un equipo de gobierno visible, y el respaldo de un programa y una coalición republicana, cuya votación en conjunto ha sido superior en fallo reciente a la del Frente Amplio.
Yamandú Orsi por su parte ha venido jugando a las escondidas con los medios de prensa. En grabaciones amigas está claramente leyendo con la mirada hacia abajo lo que le ponen a su frente en un monitor. En sus declaraciones habla con contradicciones y es un propulsor de la nada. Todo tiene que pensarlo y sugiere ante temas importantes -en ritmo de disparate- llamar a grandes diálogos nacionales. De ser gobierno habría que instalar decenas de grandes mesas de elucubración sobre economía, educación, salud y un largo etcétera. No tiene programa porque entre comunistas, tupamaros y demás, no pueden ponerse de acuerdo. En los esbozos programáticos frentistas dibujados, todo exige un alud de impuestos sin horizonte a la vista.
En esta situación hay un debate filosofal entre todos los opinadores que visten y calzan. Lo principal en la conversación de la aldea es que como -merced a la matemática electoral- el Frente tiene mayoría en el Senado, tiene asegurada una mayor gobernabilidad que la coalición. Habida cuenta de los enfrentamientos internos del frentismo y su ausencia de plan de gobierno, con sectores radicalizados influyentes, la posible mayoría implica un peligro apto para cualquier desmán fiscal, el empoderamiento del sindicalismo radical y la barrida de corrupción debajo de la alfombra previendo otros casos Sendic-Ancap, Regasificadora, Envidrio, Antel Arena, etcétera.
La flexibilidad de diálogo que propone Delgado se funda en sus antecedentes de vida. Y, se olvida, al mencionar la situación antes citada que en materia de presupuesto nacional, que se lleva el primer año de gestión de gobierno, respecto de ingresos y gastos del Estado, si no hay acuerdo entre mayoría y minoría parlamentaria, sobrevivirá el actual régimen presupuestal vigente (lo que no sería mala cosa). Y que de no haber acuerdos, además, permanecerían en sus cargos las actuales autoridades de servicios desconcentrados y descentralizados actual. Si gana Delgado, nadie dude habrán acuerdos de gobernabilidad.
En definitiva, que la próxima elección nos salve de un gobierno populista con mayoría parlamentaria automática, que veía al gobierno kirchnerista vecino como clase “A”.