He aquí un problema de enorme importancia si es que se toma debida cuenta de la grave advertencia que C. S. Lewis estampa en el título de uno de sus libros: La abolición del hombre.
Sin duda la tecnología ha prestado, presta y prestará inmensos beneficios a la humanidad. En todos los casos se libera trabajo para atender nuevas necesidades ya que como es sabido los recursos son escasos y las necesidades son ilimitadas y el recurso por excelencia es el trabajo pues resulta indispensable para concebir la producción de bienes y la prestación de servicios. El empresario deseoso de obtener ganancias está especialmente interesado en sacar partida del arbitraje correspondiente para lo cual se ve obligado a capacitar al efecto de lograr su cometido.
Todos los cambios tecnológicos introducen cambios laborales que van desde el hombre de la barra de hielo al aparecer la heladera, los fogoneros de las locomotoras al irrumpir los motores Diesel, los carteros cuando se generalizó el mail, los trabajos de cableados cuando se comenzó a recurrir al teléfono inalámbrico y así sucesivamente. Este es el progreso que naturalmente implica cambio por lo que progresar y mantenerse estancado en lo mismo constituye una contradicción en los términos. Por supuesto que se ponen palos en la rueda si legislaciones laborales no permiten la adecuada asignación de personas y recursos con lo que se perjudica muy especialmente a los más vulnerables.
Pero una cosa es celebrar entusiastamente el progreso tecnológico que beneficia a todos y otra bien distinta es distorsionar conceptos clave. Inteligencia proviene de inter-legum, es decir leer adentro, captar esencias y capacidad para decisiones autónomas, en otros términos, libre albedrío lo cual contrasta con la peregrina idea que los humanos somos solo kilos de protoplasma en cuyo caso estaríamos determinados por los nexos causales inherentes a la materia. En ese caso no habría tal cosa como ideas autogeneradas, no tendría sentido la responsabilidad individual, ni la moral ni la misma libertad que sería mera ficción. Entre otros muchos textos, este es el sentido del libro en coautoría del filósofo de la ciencia Karl Popper y el premio Nobel en neurofisiología John Eccles que lleva el sugestivo título de El yo y su cerebro para distinguir la mente, los estados de conciencia o la psique del cerebro, de neurotrasmisores y de la sinapsis.
La inmensa gratitud por las maravillas de la tecnología y las extraordinarias contribuciones de algoritmos que resuelven problemas intrincados a velocidades notables incluyendo autocorrectores no nos deben hacen caer errores en el análisis.
El lenguaje resulta esencial para pensar y para comunicar pensamientos, por lo que su uso inapropiado conduce a conclusiones erradas y en su caso peligrosas. No solo el tema se refiere a la mal llamada inteligencia artificial sino también cuando se alude a la “memoria” de la “computadora”. Pues ni lo uno ni lo otro. Cuando nuestros bisabuelos hacían un nudo en el pañuelo para recordar algo, a nadie en su sano juicio se le ocurría referirse a la gran memoria del pañuelo. De manera semejante es pertinente subrayar que es el ser humano el que computa, la máquina opera en base a impulsos eléctricos.
El conocido matemático Alan Turing colocaba a una persona en una habitación en la que se ubicaban dos terminales de computadoras, una conectada en otra habitación con otra computadora y la otra conexión a otro ordenador manejado por otra persona. A continuación, Turing solicita a la primera persona referida que formule todas las preguntas que estime pertinentes por el tiempo que demande su investigación al efecto de conocer cuál es cuál. Si no pudiera establecer la diferencia (distinguir cuál es humano y cual el aparato) concluye Turing que es una prueba de que no hay diferencia entre el humano y el aparato en cuanto a sus cualidades de decisión.
Por su parte, el filósofo John Searle refuta las conclusiones de ese experimento con otro que denominó “el experimento del cuarto chino”. Este consistió en ubicar también a una persona aislada en una habitación y totalmente ignorante del idioma chino, a quien se le entrega un cuento escrito en esa lengua y una serie de cartones con preguntas sobre la narración del caso y otros tantos cartones con respuestas muy variadas y contradictorias a esas preguntas. Simultáneamente también se le entrega otros cartones adicionales con códigos para que pueda conectar acertadamente las preguntas con las respuestas acertadas.
Explica Searle que el personaje de marras contesta todo satisfactoriamente sin que haya entendido chino debido a la programación (desde luego no en cuanto a la capacidad de amar, autoconciencia, decisión independiente y equivalentes). Por nuestra parte agregamos que la persona en cuestión decidió seguir el programa, cosa que podía haber rechazado, decisión que no puede asumir la máquina.
Por último es de interés destacar la opinión del premio Nobel en física, Max Planck, en el contexto del no determinismo en el ser humano y su libertad. Afirma que “El papel que la fuerza desempeña en la naturaleza como causa del movimiento, tiene su contrapartida, en la esfera mental, en el motivo como razón de la conducta”.