Durante el 2023 todos los medios y muchos libros se ocuparon de la inteligencia artificial, tecnología que, si bien se viene desarrollando desde hace años, ha cobrado plena actualidad, a raíz del lanzamiento de plataformas que nos permiten interactuar con esta nueva herramienta. Como a los que tenemos más de 60 nos cuesta cada vez más adaptarnos a estos nuevos desarrollos tecnológicos, hace unos meses recurrí a la ayuda de mi amigo Garret, quien prontamente desde Italia me envió el link para poder ingresar a chat.openai. Inmediatamente ingresé, seguí todos los pasos para su uso, recibí el mail de confirmación y con un enter ya tenía ante mí la pantalla abierta de una mente artificial.
Inmediatamente me lancé a probarla y como profesor de Derecho Civil, lo primero que intenté fue probar con algunos conceptos jurídicos. La respuesta fue más que aceptable, como para un seis o siete en una mesa de examen en la facultad. Ya familiarizado con el manejo, intenté dar un paso más y probé con lo siguiente: “Escriba un cuento como Borges”, la inteligencia artificial de manera instantánea me respondió: “Aquí te presento un cuento al estilo de Borges que he creado”, y sin demora alguna, al correr del tipeo fue apareciendo en la pantalla un relato muy al estilo de Borges, pero no escrito por el autor de El Jardín de los Senderos que se Bifurcan.
Digo al estilo de Borges, porque el argumento y los temas del cuento son los propios de Jorge Luis. El cuento habla de un lugar llamado La Biblioteca de los Sueños, donde los libros no eran historias escritas por hombres, sino sueños escritos por el cosmos. Describe el contenido de los libros como un universo entero y a la biblioteca, como algo infinito. El único problema que presentaba la biblioteca es que aquellos que se adentraban en los libros con demasiada frecuencia comenzaban a olvidar su vida fuera de la biblioteca. Bien Borgeano, pero no de Borges. No era su pluma. No generaba el asombro que generan los cuentos de Borges ni su lectura tenía un ritmo armonioso.
Hice una comprobación para ver si había alguna trampa. Borre y pedí nuevamente que me escribiera un cuento al estilo de Borges. Y, esta vez, de manera instantánea, apareció un cuento sobre un planeta ubicado en los confines del universo en el que no hay tiempo ni espacio. Confieso que quedé sorprendido, maravillado por la rapidez y el contenido de las respuestas.
Pero a poco que releí ambos cuentos no había duda de que no estaban escritos por Borges. La experiencia fue semejante. Las diferencias son como escuchar una pieza de Mozart y un reggaetton. Ambas son piezas musicales, meras combinaciones de las mismas notas, pero suenan distinto.
Y a qué me refiero como que parecía pero no lo era. Se trataba de textos fríos que jamás llegarían a conmover. Recuerdo una nota radial que le hicieron a María Kodama, en la que señalaba que lo más importante que debe lograr un cuento o un libro es conmover, como le pasó a ella cuando leyó por primera vez las ruinas circulares. Después viene todo lo demás.
Pues bien, no creo que -al menos por ahora- la inteligencia artificial logre escribir frases como: “Andábamos sin buscarnos, pero sabiendo que andábamos para encontrarnos“ o “nadie lo vio desembarcar en la unánime noche” ni “todas las familias felices se parecen unas a otras; pero cada familia infeliz tiene un motivo especial para sentirse desgraciada”; frases e historias que realmente conmueven.
Por eso creo que la inteligencia artificial podrá aportar gran ayuda en el campo de las ciencias duras, pero a la hora de la literatura, solo lo que salga de una mente y un corazón humanos logrará conmovernos. El resto, por ahora, es mera diversión.