El incidente que protagonizó el senador Bergara en redes sociales, como consecuencia de sus dichos sobre la película La sociedad de la nieve y la tragedia de los Andes, hace reflexionar por lo menos en dos planos.
Plano individual. En lo que respecta a los comentarios de la persona Mario Bergara, creo que fueron espontáneos, lo que al fin de cuentas - y aun en el completo desacuerdo- es para valorar en estos tiempos de obligado tamiz de lo políticamente correcto, y sus disculpas sinceras, por lo que sobre esto no hay más nada que abundar.
Plano político. En el plano político sí que se puede bucear un poco más. El contenido de su mensaje de por sí ya dice mucho del ser de nuestra izquierda, pero, sobre todo, de lo que consideran su deber ser.
Contiene aspectos relevantes para esta nueva izquierda insegura, que no sabe cómo pararse en un mundo que la ha visto mutar de tantas formas desde la caída del muro.
Izquierda revolucionaria, igualitaria, identitaria, y venga más.
Debe ser muy difícil sostener por décadas un discurso donde el malo de la película es el fascista y despertarte un día dándote cuenta de que pocos grados te separan de tu enemigo histórico.
Porque a esta altura de la vida, está claro que la dicotomía no es entre derecha e izquierda, sino entre liberalismo y voluntarismo y, dentro del voluntarismo, izquierdas y derechas compiten entre sí a ver cuál es más nociva que la otra.
Muchachos de élite, chiquilines de los sectores más ricos de la sociedad, recelos de clase, diferencias de clase, lucha de clases… Los comentarios del senador, cargados del más puro materialismo dialectico, meten al determinismo en el seno de un evento puramente humano, ferozmente humano, que mucho tiene de trascendente, pero nada de político.
Quizá sea ese tic uruguayo de politizarlo todo, o la necesidad de exposición de esa “izquierda insegura” (moderada) que, cada tanto, tiene que mostrar los dientes para bandearse un poco más a babor, dejar conforme a la barra, y no perder terreno con el extremo.
No tiene mucho sentido referir a que aquí no hay odio ni grieta, lo que sí vale la pena es actuar en consecuencia de esa unidad nacional mesocrática que, como sector político heredero del batllismo, el senador debería defender.
No es fácil saber estar a la altura de las circunstancias que a tantos les cuesta mucho y, por sobre todo, saber hacer que las cosas rueden de la manera debida.
Esas posturas polarizadas en la práctica requieren matices de formas de comunicar y, sobre todo, de adaptación de lo que marca el deber ser de las ideas o ideas imperantes en cada fuerza política, vinculadas con la coyuntura nacional, la realidad de los hechos, y lo que al país verdaderamente le conviene y necesita.
Nuestra fuerte institucionalidad en Uruguay es un valor que brilla por sí solo en lo regional. La estabilidad democrática, el respeto de la ley y la transparencia la acompañan para nuestra alegría.
Es hora de dar vuelta la página. Claro está que pensar en clave de lucha ya no es redituable en un mundo que necesita dinamismo y soluciones.