La izquierda retrocede en las urnas de Sudamérica. En Argentina, el colapso de Juntos por el Cambio y el paso del actual ministro de Economía al ballotage, disimulan la creciente debilidad del kirchnerismo y su líder, la vicepresidenta. Pero lo cierto es que la expresión argentina del populismo de izquierda tuvo que alinearse detrás de Sergio Massa, un dirigente que, amén de lo que están diciendo las dirigencias que promueven el voto a Milei, no representa a Cristina Kirchner sino al pragmatismo de centroderecha.
También la izquierda colombiana entró en vertiginoso retroceso. A sólo un año de haber llegado al poder, convirtiéndose en el primer presidente izquierdista de Colombia, Gustavo Petro ha sufrido un revés electoral que lo muestra débil y cuestionado por una amplia mayoría de colombianos. En las elecciones regionales, la coalición de izquierda que lidera Petro fue arrasada en Bogotá, la capital colombiana que había gobernado el actual presidente y donde ahora su candidato, Gustavo Bolívar, quedó relegado al tercer puesto.
El oficialismo tampoco pudo conquistar las alcaldías de las demás ciudades claves de Colombia. Candidatos de la derecha, la centroderecha y también independientes que provienen de los partidos tradicionales de Colombia, se impusieron en Cartagena, Bucaramanga, Cali, Medellín, Barranquilla y Cúcuta.
La oposición también ganó las gobernaciones departamentales más importantes. Por cierto, Pacto Histórico sumó gobernaciones y alcaldías, porque habiendo sido creada en el 2021 no gobernaba ningún departamento ni ciudad. Pero habiendo perdido más de 8 millones de votos de los 11,2 millones de la segunda vuelta de la última elección presidencial, el resultado sólo puede ser leído como una aplastante derrota de Gustavo Petro.
Además, el resultado en Bogotá parece anunciar el nuevo fenómeno político en ese país caribeño: Carlos Fernando Galán, el candidato por el partido Nuevo Liberalismo y el hijo de Luis Carlos Galán, el gran líder liberal asesinado por sicarios de Pablo Escobar en 1989 por haberse comprometido a continuar, desde la presidencia, la lucha contra el Cartel de Medellín que había costado la vida al ministro de Justicia Rodrigo Lara Bonilla.
Las elecciones regionales de Colombia fueron antecedidas por las presidenciales en Ecuador, donde fue derrotada Luisa González, la candidata del ex presidente izquierdista Rafael Correa.
Así como el conservador Guillermo Lasso venció en la segunda vuelta al candidato correísta Andrés Araus, ahora fue liberal-centrista Daniel Noboa quien venció en el ballotage al Movimiento de la Revolución Ciudadana, que lidera desde su exilio en Bélgica el ex presidente Correa.
Otro síntoma revelador fue la victoria arrolladora de María Corina Machado en las primarias de la disidencia venezolana. Sus antecesores en el liderazgo opositor, Henrique Capriles, Leopoldo López y Juan Guaidó, eran centristas, mientras que la líder del partido Vente Venezuela representa un conservadurismo más duro y más ideológico, o sea menos pragmático, en el terreno económico.
Por cierto, como se trata de internas, no compitió el chavismo. Pero que el régimen de Nicolás Maduro haya anulado todos los efectos de esas primarias a través de la máxima instancia judicial, que en Venezuela no es un poder independiente sino un apéndice del régimen, dejó en evidencia lo que están mostrando las encuestas: el oficialista PSUV perdería de manera contundente una elección sin fraude frente a María Corina Machado. Por lo tanto, hará con ella lo que hizo con Capriles y con Leopoldo López: aplicarle la inhabilitación.
El cuadro de reveses de la izquierda sudamericana se completa con el cada vez más agrio enfrentamiento entre Evo Morales y Luis Arce. Acusándose mutuamente nada menos que de sociedad con el narcotráfico, el ex presidente de Bolivia y su ex ministro de Economía y actual mandatario, están rompiendo el Movimiento Al Socialismo (MAS), mientras la escasez de gas y combustible en un país productor de hidrocarburo pone en evidencia la consecuencia de la caída de la inversión privada en el sector.
En el 2006, Evo Morales montó una escena impactante: en un yacimiento de Tarija anunció la nacionalización de los hidrocarburos y ordenó a los militares poner bajo control más de medio centenar de yacimientos explotados por empresas extranjeras, entre ellas la brasileña Petrobras y la española Repsol.
No era exactamente una nacionalización, pero entre sus efectos negativos tuvo la desinversión en el sector, que hoy es uno de los factores que producen la escasez.
Mientras el modelo largamente exitoso que copilotaron Morales y Arce empieza a mostrar sus efectos negativos, ambas cabezas del MAS se destrozan entre sí y destrozan la maquinaria política y electoral más importante de la izquierda sudamericana.
La suma de estos síntomas muestra la debilidad creciente de la izquierda en la región. Pero los procesos no son definitivos, sino pendulares, aunque los recurrentes asensos de unos y otros sean presentados siempre por los ocasionales beneficiados como inequívocas señales de que tienen la razón histórica.