Joaquín Torres García

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Días atrás, Adela Dubra -a quien no se le escapa detalle alguno de la cultura nacional- me hizo notar que, en el próximo mes de julio, se cumplen 150 años del nacimiento de Joaquín Torres García. Uruguay tiene muchos artistas valiosísimos y muy reconocidos, pero Torres García es -a mi juicio- el más particular de todos.

En materia de arte todo es subjetivo, por tanto, adelanto que probablemente mi convicción al respecto tenga su fundamento en la influencia que en mi formación tuvo Edgardo Ribeiro, quien fue uno de los primeros alumnos del maestro.

Edgardo siempre insistía en el valor que para las artes plásticas tiene la capacidad de síntesis denominada abstracción. Hacía hincapié en que el pintor verdaderamente bueno según le había enseñado Torres era el que lograba desarrollar su técnica al punto que la abstracción era incluso la base de una obra figurativa.

Más de una vez me reiteró esto explicándome el proceso creativo del Cristo o las Meninas de Velázquez mostrándome tal o cual detalle donde la técnica se hacía patente.

Generalmente, al recordar a Don Joaquín historiadores o críticos de arte hacen pie en su biografía, en su peripecia vital, entre Uruguay, España, Estados Unidos, Francia, en la influencia que tuvo en su obra la coyuntura mundial que le tocó vivir de paz, guerra, avances tecnológicos, cambios sociales, o cuánto absorbió de otras escuelas o corrientes artísticas.

Todo eso tiene su importancia, sin lugar a dudas, pero a medida que pasa el tiempo, estoy cada vez más convencido que el cerno de la obra teórica y plástica de este artista, que sin duda generó uno de los movimientos más relevantes del siglo veinte, tiene más allá de todo una gran sensibilidad antropológica.

Torres muere en 1949, y ese mismo año Joseph Campbell publica su primera gran obra “The hero with a thousand faces” (El héroe de las mil caras), donde analiza y compara mitos y arquetipos que son comunes al derrotero de todos los hombres y todas las civilizaciones. Nos muestra a partir de ahí y en sus posteriores estudios los hilos que son similares en el inconsciente de la humanidad entendida en su más amplia diversidad.

En sus diferentes obras teóricas y escritos como los que encontramos en La Recuperación del Objeto, Universalismo Constructivo, Mística de la Pintura, o Estructura, Torres se adelanta a los desarrollos de Campbell y plasma con una perspicacia única lo que hoy nos resulta evidente. Que el hombre es uno, que la Humanidad es una, que los elementos son los que son, que la Creación ha dispuesto un orden inalterable en todo eso que se traslada al arte, y como esa manifestación de la Creación que resulta de seguir determinadas reglas -la áurea y la abstracción, por ejemplo- es la más asequible a nuestra conciencia.

En medio de tanta locura, de vidas frenéticas y desaprovechadas surfando redes sociales poniendo o esperando likes, quizá, con ocasión del merecido recuerdo a Torres, pudiéramos hacer una pausa, respirar, y acordarnos que todavía somos humanos, que venimos a este mundo siendo iguales y que los mitos y arquetipos que nos enseñó el maestro son los mismos para todos.

Si lo hiciéramos, algún día lograríamos la Paz.

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