Con el ex Presidente nos hemos reunido muchas veces en Buenos Aires y mantuvimos nutridos intercambios vía correos electrónicos.
Su posición respecto a las drogas alucinógenas para usos no medicinales era consistente con su espíritu liberal: terminar con las prohibiciones que igual que con la Ley Seca corrompen todo a su paso y empeoran exponencialmente el problema.
El premio Nobel en economía Milton Friedman sentencia: “Las drogas son una tragedia para los adictos. Pero criminalizarlas convierte la tragedia en un desastre para la sociedad, tanto para los que la usan como para los que no la usan”.
El sacerdote John Clifton Marquis en “Las leyes sobre drogas son inmorales”, publicado en US Catholic escribe: “La legislación sobre drogas ha producido el efecto exactamente opuesto a lo que esas leyes intentaron (…) Las leyes sobre drogas aparentan ser benéficas pero el defecto trágico de la moral de cosmética, igual que toda otra forma de cosmética, es que no produce cambios en la sustancia”.
En 1971, Nixon declaró la guerra a los narcóticos, una idea alimentada por los mismos mafiosos del alcohol, a través de sofisticados estudios de mercado, quienes antes se habían visto perjudicados por la abrogación de la Ley Seca por lo que dejaron de percibir astronómicas ganancias debido a los siderales márgenes operativos que provoca la prohibición que también en el caso de las drogas no solo corrompe policías, jueces, fiscales, políticos e incluso a las agencias supuestamente encargadas de combatir el flagelo, sino que hace posible la producción de drogas sintéticas mucho más devastadoras que las naturales.
Los antes mencionados márgenes operativos descomunales hacen posible la figura del pusher, con ingresos exorbitantes al efecto de colocar la droga en todos los mercados posibles, muy especialmente en los colegios y lugares bailables puesto que la gente joven es la más propensa a ensayar el “fruto prohibido”.
Como en la relación compra-venta de drogas no hay víctima ni victimario propiamente dichos, irrumpe la figura del soplón, espionaje que conduce a los atropellos más variados sin orden de juez competente, se vulnera el secreto bancario, se instauran escuchas telefónicas, se blanquean contabilidades y se naturaliza la aberración de detener a quien lleva más de diez mil dólares de su propiedad. Como bien ha puntualizado Lysander Spooner, un vicio es un acto que afecta a la misma persona que lo entretiene, mientras que un crimen es un acto contra el derecho de otro, el confundir ambos hechos constituye una aberración manifiesta.
El consiguiente mercado negro no permite la verificación de la pureza de la droga con lo que las sobredosis, intoxicaciones y envenenamientos son muy frecuentes. También debido a la ilegalidad se inhibe a quienes denunciarían fraudes y estafas puesto que si recurrieran a los tribunales se estarían autoinculpando. Lo mismo sucede con los médicos y centros hospitalarios: se bloquea la posibilidad de pedir ayuda puesto que los candidatos se estarían denunciando a si mismos.
Por otra parte, debe precisarse lo que en estadística se conoce como error de inclusión. Tal como lo señalan las encuestas y relevamientos más importantes, por ejemplo, las reiteradas manifestaciones del Bureau of Justice Statistics de Estados Unidos que “una abrumadora mayoría de consumidores de drogas nunca han cometido un crimen”. Del hecho de que muchos actos criminales hayan sido cometidos por drogados, no se sigue el nexo drogas-crimen. Para sacar conclusiones en esta materia es menester mirar el universo, no se puede atender solo un segmento y extrapolar. Una cosa es un correlato y otra bien distinta es una relación causal: hace una década había correlación perfecta entre el largo de las polleras en Inglaterra y la crianza de cerdos en Australia, de lo cual no se desprende nexo causal alguno. Otro asunto bien diferente son las disposiciones en algunos códigos penales en los que se considera un atenuante cuando un delito es cometido por un drogado en lugar de constituir un agravante.
Por todo esto es que también ex presidentes como Vicente Fox de México, César Gaviria de Colombia y Henrique Cardoso de Brasil han propuesto la liberación de las drogas y también el ex secretario de Estado de Estados Unidos, George Shultz y el ex secretario General de las Naciones Unidas, Javier Pérez de Cuellar. Por su parte, Mario Vargas Llosa sostiene que si no se liberan las drogas, éstas terminarán con la democracia. Por supuesto que la liberación debe tratar a los menores tal como se hace con la licencia de conducir, el alcohol y similares en el contexto de campañas de prevención.
En no pocas oportunidades se piensa que si se liberan las drogas, todo el mundo se drogará. Pero consideremos los incentivos para no aceptar en los lugares de trabajo, en los transportes, en los comercios, en las carreteras a seres que no son capaces de controlarse a si mismos. Hace tiempo se publicó un libro de mi autoría titulado La tragedia de la drogadicción. Una propuesta con prólogo de Carlos Alberto Montaner, donde me explayo sobre lo consignado telegráficamente en esta nota y subrayo que cuando se dice en economía al bajar el precio se incrementa la demanda, es central agregar que esto ocurre siempre y cuando los demás factores se mantengan constantes. Y esto no es así con el mercado de drogas puesto que una vez liberado desaparecen los antedichos pagos astronómicos a los pushers y los incentivos a sus socios lo cual modifica la situación.