Ha pasado la Navidad. Vamos dejando atrás ese período del año de compras compulsivas, abrazos compulsivos y jolgorio compulsivo. Este día, en que todavía estamos un poco aturdidos por todo aquello, voy a desgranar algunos comentarios desordenados.
La humanidad ha llevado un proceso de desarrollo a lo largo de siglos y siglos: desarrollo cultural, económico, social, intelectual y en todos los órdenes. Con vaivenes y altibajos, naturalmente: algunos dolorosamente notorios. En esa trayectoria, que en el fondo ha sido una búsqueda de explicaciones, la Biblia supo tener un lugar importante como guía, por lo menos para Occidente: por muchos siglos sus páginas fueron suficientes (o suficientemente suficientes) como respuesta a esa búsqueda de explicaciones. Después se ha ido dejando de lado y el ser humano siguió buscando explicaciones. Y lo sigue haciendo. El humano, entre otras cosas, busca saber sobre los orígenes ¿de dónde viene todo? ¿cómo empezó todo?
Los científicos actuales ofrecen para esa pregunta la teoría del big bang y descartan por primitivo el asunto de Adán y Eva, la manzana, la serpiente y todo el relato bíblico de la creación. Con todo respeto (como dicen los reos) a mí me parece más infantil la explicación por el big bang: ¡hizo púmbate y empezó todo! Hasta por lo onomatopéyico parece infantil.
Aquellos hombres cuyos huesos son, hace siglos, polvo de los desiertos de oriente medio, se referían a los comienzos, al origen de todo, de forma más completa. Veían, en primer lugar, que el ser humano es asaz complejo: hay ser humano macho y ser humano hembra.
Adán se sentía solo en el paraíso, Jahvé lo nota así y “como no es bueno que el hombre esté solo”, (así dice el texto), decide darle una compañera: y la hace igual pero tan distinta.
Ambos tienen en el paraíso todo lo que necesitan: se pueden servir de todo, todas las cosas son para el hombre, para su utilización. Pero hay un árbol de cuyos frutos no deben comer. El hombre tiene todo, pero buscan otra cosa. La atracción por lo prohibido, la manzana (la tentación, la culpa: Freud escribirá libros sobre eso).
Y sigue el relato primitivo describiendo la complejidad humana: el pudor instintivo (la hoja de parra), el remordimiento: después de comer la manzana se ven por primera vez desnudos; sienten la culpa de no haber acatado la prohibición y se esconden del creador cuya presencia seguía ahí: buscan ocultarse al oír sus pasos, (porque Jahvé tenía la costumbre de dar todos los días un paseíto por el edén a la hora de la fresca, según cuenta el relato bíblico con entrañable antropomorfismo).
Y hay que buscar una explicación a la fatiga diaria, a lo que se resiste, se opone y requiere necesariamente esfuerzo, el no encontrar ya todo hecho y tener que hacerse las cosas y la vida (ganarás el pan con el sudor de tu frente) y los dolores tan cercanos a la dicha (tendrás tus hijos con dolor), y la rivalidad fraterna (Caín y Abel) y todo el resto del relato.
¿No es esto un poco más interesante que el púmbate? Nadie tiene una prueba científica ni de dónde venimos ni a donde iremos a parar. Hay relatos. Algunos más ricos que otros: más complejos aunque más antiguos.