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Julian Assange, héroe y villano global vencido

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Los admiradores más fervientes de Julian Assange ya saben que no es un héroe de esos capaces de sacrificar la vida o la libertad antes que dar el brazo a torcer. Los japoneses más fanáticos de la primera mitad del siglo 20 descubrieron que su emperador como no era un Dios, como señala la cultura forjada en la religión sintoísta, cuando vieron al representante de Hirohito firmar la rendición sobre la cubierta del acorazado Missouri, a la sombra erguida del general MacArthur. Los dioses no se rinden.

Salvando distancias entre lo sacro y lo terrenal, habrá defraudado a muchos admiradores ver al jefe de Wiki Leaks rendirse para poner fin al suplicio que padecía, declarándose culpable de “conspiración para obtener y difundir ilegalmente información clasificada”, en lugar de resistir en la trinchera desde la que batalló todos estos años, calificando su caso como un ataque norteamericano a la libertad de prensa y un acto de censura imperiala, además de afirmar en todo momento ser un periodista que, al obtener y revelar crímenes de Estado, actuaba como tal y no como un espía o un conspirador.

En algún momento, Assange tendría que decir el equivalente propio al “eppur si muove” (sin embargo se mueve) que atribuyen a Galileo Galilei cuando salió de Santa María de Sopra Minerva, el convento romano donde la inquisición lo atormentó hasta hacerlo abjurar de la teoría heliocéntrica y afirmar que la matemática es un “arte diabólico”.

De ese modo, como el gran astrónomo del renacimiento, Assange dejaría claro que si bien fue física y moralmente vencido, sus carceleros no lo convencieron de que la razón está del lado de ellos.

También habrá en el orbe muchos otros admiradores y no pocos de sus críticos, que lo entenderían incluso si deja Wiki Leaks y se dedica a cualquier otra cosa que no sea la actividad por la que perdió doce años de vivir en libertad.

WikiLeaks, el sitio web que derramó al mundo caudales de información confidencial y secreta que obtenía perforando los blindados encofrados informáticos del Pentágono, hizo un aporte positivo al mostrar crímenes brutales cometidos por militares norteamericanos en Afganistán y en Irak. Como el acribillamiento de once bagdadíes desde un helicóptero artillado Apache, que disparó a mansalva sobre ellos sin ninguna razón.

Fue importante que el mundo viera esa masacre absurda y otros crímenes de las fuerzas de Estados Unidos. Pero WikiLeaks nunca perforó los blindajes informáticos de China y de Rusia, entre otros tantos países que esconden infinitud de muertos en el placar.

Tampoco derramó sobre la opinión pública estadounidense y mundial las informaciones truculentas, tanto empresariales como privadas y políticas, que Donald Trump seguramente oculta tan torpemente como las centenares de cajas con información clasificada que se llevó de la Casa Blanca a su opulento palacete en Palm Beach.

El Robin Hood del periodismo global no auscultaba otras potencias y otros liderazgos que los que escrachó con revelaciones.

La escena en la que Julian Assange atraviesa las puertas enrejadas de la prisión de Belmarsh y, poco después, aborda el avión que lo sacó del Reino Unido, donde llevaba doce años atrapado, entre los siete que pasó en la embajada de Ecuador y los cinco que estuvo en una cárcel londinense, parece el final de una película de intrigas, espionaje y conspiraciones. Pero esta película podría tener segunda parte.

Es difícil imaginar a ese rebelde modelo siglo XXI, para unos un forajido global y para otros un Robin Hood periodístico, dedicándose a otra cosa que no sea perforar blindajes informáticos para robar y esparcir secretos inconfesables de las potencias y de los protagonistas más turbios de la escena política internacional.

La película de intrigas, espionajes y cautiverios, que puso al mundo a discutir si era un forajido global o un periodista justiciero, ha llegado a su fin. No obstante, podría venir una segunda parte, si no una larga saga. La decisión está en manos del estelar protagonista: Julian Assange.

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