A efectos de esta nota definiremos la cultura como el conjunto de saberes, prácticas, mitos, creencias, destrezas, competencias y normas, calificados por valores estéticos y morales creados por los pueblos a través de su historia. Como tal, como estructura simbólica propia de la humanidad, se contrapone a la naturaleza ónticamente considerada, y al mundo de los objetos no fabricados por ella. El hombre es un animal simbólico: el pensamiento y el comportamiento basado en este, le permiten escapar de los condicionamientos biológicos y abrirse al mundo de las ideas: el arte, la filosofía, la ciencia son la prueba de su autonomía y excepcionalidad. En términos descriptivos la cultura suele dividirse entre alta cultura y cultura de masas o popular y a su vez emplearse para distinguir diversos cometidos o prácticas sociales, cultura deportiva, cultura festiva, cultura gastronómica, cultura histórica, cultura artística, sindical, teatral, cinematográfica y aún política, considerando a esta actividad como capacidad para obtener y conquistar el poder grupal. De ésta última y sus relaciones con las restantes en el Uruguay nos ocuparemos aquí.
Antonio Gramsci, el celebrado ideólogo de la izquierda en transición, teoriza sobre la necesidad que la clase trabajadora unida con los restantes sectores socialmente subordinados se unan para derribar la cultura dominante o hegemónica y construir, una nueva de carácter popular mediante la cual modificar la realidad y contruir una comunidad libre de dominación Así, sostiene, “la elaboración de una nueva sociedad debe partir del saber de las masas, esto es de la dimensión política de la hegemonía cultural. Por eso “la hegemonía política debe existir antes de alcanzar el gobierno y no es necesario el poder …. para ejercerla.” (1)
En nuestro país esta afirmación podría sin dudas ser suscripta tanto por el M.P.P, el Partido Socialista, el Comunista, los “indepependientes” de la coalición, así como el PIT/CNT y varios grupos menores, no en su ropaje frentista, sino el suyo propio, el de cada Partido. Como hemos dicho tantas veces, aun cuando saben que la revolución anticapitalista-antiimperialista no es posible, mantienen la débil esperanza, por lo menos retórica, que algún día los astros se alinien en su favor. Mientras tanto mantienen la hegemonía cultural, un instrumento fértil para conservar el poder. No en todas las áreas, sino en aquellas fundamentales para ese fin.
Particularmente en el territorio de la alta cultura, del arte, del periodismo, entre los intelectuales, en el ámbito del trabajo, de la sociedad civil organizada, en la sindical, en manifestaciones populares como el carnaval, y -fundamentalmente- en el espacio de la enseñanza, no solamente en su manifestación sindical, sino entre el propio funcionariado pedagógico, en sus más variadas expresiones, por medio de una clase media de convicciones anticapitalistas- antiimperialistas, profundamente arraigadas. Un sector convencido de la alta moralidad de estos mitos, pero ignorantes de su utopismo.
Es en este ámbito donde deberá desarrollarse el enfrentamiento, sin imposiciones ni violencia, solo convenciendo con razones, que las hay, a quienes siguen encadenados a utopías que el sigo XX ha derribado definitivamente.
(1) Cuadernos de la Cárcel.