Estamos en un extraño momento de la historia. A los inesperados fenómenos anacrónicos de la pandemia y las guerras que adolecemos, se suma la puesta en cuestión de todos los paradigmas que desde la paz de 1945 permitieron el mayor período de prosperidad que se recuerde. Infortunadamente, son los EE.UU., vencedores de la mayor conflagración ideológica y militar de la historia que fue la 2ª. Guerra Mundial y líder occidental en la construcción de esas instituciones de paz, quienes hoy ponen en riesgo esos principios de convivencia mundial. Para quienes, como nosotros, vivimos nuestra niñez y adolescencia en la admiración a Roosevelt y a sus gloriosos generales, Dwigt Eisenhower, Omar Bradley, Douglas Mc Arthur, George Marshall y George Patton, nos duele mucho lo que ocurre y tener que escribir este artículo.
LA SOBERANÍA DE LOS PUEBLOS. Desde las revoluciones liberales, el derecho internacional ha consagrado el principio de la soberanía de los pueblos. Es lo que llamamos autodeterminación, de la que deriva el principio de no intervención en los asuntos internos de otro Estado. Rusia desencadena una sangrienta invasión a Ucrania, cuya soberanía desconoce. En nuestro ámbito, los EE.UU. anuncian que tomarán el control del canal de Panamá, ignorando el Tratado Torrijos-Carter y agrediendo la identidad nacional panameña. En esa misma línea ofende una y otra vez a Canadá anunciando una renuncia a su independencia para subsumirse en los EE.UU. Se está desconociendo la existencia de los Estados o su capacidad para gobernarse.
RESPETO A LOS TRATADOS. El clásico “pacta sunt servanda” inspira todo el derecho, el internacional y el privado: los acuerdos se cumplen. Cuando EE.UU. viola el Tratado TLCAN, que el propio presidente Trump renegoció con sus vecinos en su primera presidencia, estamos ante un irrespeto absoluto al cumplimiento de los tratados. Canadá y México han condicionado de buena fe sus economías a ese acuerdo.
LA EXTORSIÓN COMO MÉTODO. Cuando ocurrió el grotesco episodio de la Casa Blanca del 28 de febrero, el presidente de Ucrania iba allí a firmar un dolorosísimo tratado, en que renunciaba nada menos que al 50% de la producción de sus nuevos minerales. En medio de una guerra se le imponía ese tremendo gravamen. Se suponía que era a cambio de seguir apoyando su defensa. En esa reunión quedó claro que no se prometía nada.
Había que entregar y confiar en quien se mostraba inconfiable. Ahora se mantiene el pago a cambio de una tregua y el restablecimiento de un apoyo militar que se había retirado.
APOYO AL AGRESOR. Más allá de todas las violaciones de principio, hay un apoyo moral al agresor y un desprecio a la valerosa defensa de su país por el pueblo ucraniano. El presidente de los EE.UU. increíblemente apoya la tesis de Putin de que Ucrania era un peligro para Rusia, pese a que no medió ningún acto de violencia y es notoria la desproporción de fuerzas. Pese a ella, el ejército ruso ha fracasado en su propósito de conquistar Ucrania. Ha tomado parte de su territorio pero no ha podido avanzar más. La potencia agresora llega ahora a la eventual etapa de negociación avalada por la opinión del mediador, transformando en victoria política su derrota militar.
LA LEY DE LA FUERZA. El multilateralismo está hoy en su punto más débil. El sistema que se construyó al término de la guerra para instalar mecanismos universales de cooperación y diálogo, retrocede. Es verdad que Naciones Unidas está hoy estancada por los vetos recíprocos pero mal o bien esas instituciones, que incluyen, entre otras al Banco Mundial, al Fondo Monetario y a la Unesco, han contribuido al desarrollo general. Ignorarlas totalmente y establecer que solo vale la ley del más fuerte es un retroceso cuyas consecuencias aún no se avizoran.
RETORNA EL PROTECCIONISMO. Desde la restauración democrática, todos los gobiernos hemos batallado por levantar las barreras proteccionistas para lograr más libertad en los mercados. La histórica Ronda Uruguay lanzada en 1986 en Punta del Este culminó en la creación de la Organización Mundial de Comercio a la que hasta China se incorporó. Los EE.UU., de indiscutible liderazgo en este proceso, hoy dan una vuelta de campana y retoman los viejos procedimientos proteccionistas. Que anuncian más inflación.
LA UNIDAD OCCIDENTAL. Desde 1918 los EE.UU. han sido el paraguas protector de Europa. Hoy, el presidente Trump se desliga de todo compromiso solidario con Europa. Le reclama, con razón, que fortalezca su sistema de seguridad; lo hace, sin razón, asumiéndose de modo abrupto fuera de toda responsabilidad y beneficiando así al agresor, conducido por la fría y cruel determinación de un líder ruso continuador de la tradición zarista que desde Pedro El Grande hasta Stalin se atribuye el derecho a dominar a sus vecinos. En el vasto escenario geopolítico, Rusia sonríe con el inesperado apoyo, China crece en influencia sin moverse, Europa enfrenta un desafío gigantesco y Occidente se divide.
Como se advierte, el presidente Trump ha desatado una tormenta cuya polvareda no deja ver con claridad este oscurecido panorama de principios.
Un país como el nuestro, nacido de un tratado internacional y por nuestras propias dimensiones necesitado más que nadie del respeto a las normas y a su cumplimiento de buena fe, no puede dejar de vivir lo que ocurre con preocupación. De a ratos lo vemos lejos, al no tener un protagonismo relevante, pero nos incumbe. Ya no hay islas en el mundo político.
Por estos caminos, la paz no será duradera. Anhelemos que la democracia occidental pueda reencontrarse para reencontrarnos también nosotros con los valores que nos inspiran desde 1813.