La campaña sucia

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En la recta final de esta campaña, hemos sido invadidos por denuncias de “campaña sucia”, y de amenaza a la democracia. Todo por la aparición de un notero español de tono poco habitual para nuestros códigos, y porque el candidato Ojeda habría intentado inflar la asistencia virtual de un acto, comprando audiencia ficticia en internet.

Las campañas sucias tienen larga tradición en Uruguay, aunque algunos sensibles observadores de nuestra realidad recién las hayan descubierto. Ha habido episodios que quedaron para la historia, como cuando un viejo “mogul” mediático de la izquierda publicó aquello de que a Wilson lo financiaba la Esso o, años después, que los niños comían pasto.

Más cerca en el tiempo, es recordada la campaña que enfrentó a José Mujica con Lacalle Herrera en la que entre los corresponsales enviados a cubrir esa elección había algunos españoles. Como ahora. Entre ellos, la que luego fuera directora de El País de Madrid, Soledad Gallego, cuyas crónicas hoy serían fácilmente clasificables como “fake news”. Dijo entre otros disparates que Jorge Batlle, tal vez el político más liberal de la historia uruguaya, era “extremadamente conservador”, que las escuelas de tiempo completo eran invento del Frente Amplio, y se basó en la única fuente de Mauricio Rosencof (nada menos) para decir muy suelta de cuerpo que el gobierno blanco había sido la “quintaesencia de la corrupción”.

Incluso en el último período de gobierno hemos padecido campañas sucias llamativas. Como aquella vez que el Sindicato Médico contrató a una agencia para enseñar a sus afiliados a generar pánico entre la población, y que nos enteramos porque uno de esos “tutoriales” se filtró al público. O cuando la Sociedad de Arquitectos denunció durante la sequía, que las construcciones hechas con cemento que usaba esa agua, no daban garantías. Cuando es sabido que el material usado en la mayoría de las obras, no emplea agua de OSE.

Ahora, si hablamos de amenaza a la democracia, qué decir de cuando el ex Fiscal de Corte Jorge Díaz contrató a dedo a una persona, que durante los años siguientes se dedicó a filtrar cortes seleccionados de expedientes reservados que estaban en custodia de esa oficina.

Lejos de sentirse traicionado, Díaz fue abogado de esa persona cuando fue convocado a la justicia, y le encargó el manejo de prensa de varios de sus casos, ya como penalista privado. El mismo Díaz que ahora se menciona como probable jerarca de una eventual presidencia de Yamandú Orsi, cuyo eslogan de campaña gira en torno a la honestidad

Desde ya que esta es una selección arbitraria, dejamos por fuera las denuncias contra Ripoll por tener una deuda de celular o un conflicto vecinal. También la aseveración de que detrás de aquel travesti que acusó de manera infundada a Orsi de agredirla habría una oscura organización internacional, de cuya existencia nunca se aportó ni un elemento.

Lo curioso es que entre los que se muestran tan sensibilizados por la audiencia virtual de Ojeda, o la venida de ese notero español, esos otros episodios no generaron el mismo desvelo ni preocupación. O sea que, para ellos, sería más peligroso para la democracia que un candidato pueda inflar la audiencia de un acto, o que un notero haga un par de preguntas prepotentes. que llevar al descrédito al sistema penal o sembrar pánico infundado en la sociedad. Curiosa bifurcación de sensibilidad.

Nos vamos a permitir aliviar en algo su inquietud. Si la democracia uruguaya sobrevivió a todo lo que ya mencionamos, estas banalidades difícilmente la pongan en riesgo. Pero no se confíen, porque hay amenazas reales y bastante más preocupantes, ocurriendo por estas fechas.

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