La coartada de Cristina

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Es como en la escena de La Vida de Brian en la que el personaje al que una muchedumbre considera mesías, explica una y otra vez a los seguidores que él no es un mesías y que no deben seguir ni idolatrar a nadie, pero la multitud alaba sus afirmaciones y continúa idolatrándolo.

Como en la vieja y entrañable película de los Monty Python, Cristina Kirchner lleva tiempo diciendo a la dirigencia de su espacio que no va a ser candidata, pero en el universo K los dirigentes, intelectuales, artistas y periodistas siguen postulándola.

Como los feligreses del desventurado Brian, todos quedan interpretando cada mensaje como si fueran versículos de un texto sagrado. Consideran cada párrafo como una señal de esclarecimiento. Y a renglón seguido, vuelven a clamar por la postulación que ella una y otra vez rechaza.

La diferencia entre la vicepresidenta argentina y el personaje de la comedia británica que dirigió Terry Jones, es que aquel hijo de un centurión romano y una judía feminista se empeñaba en no ser alabado, mientras que Cristina asume un liderazgo mesiánico y, aunque reclama “comprensión de textos”, se deja adorar y deja que sus mensajes sean interpretados como señales de sabiduría.

Una muestra del afán profético se verá hoy, en la liturgia de masas que se realizará en la Plaza de Mayo y nuevamente mostrará una militancia con rasgos de feligresía, aclamando a la líder que señala desde un altar imponente el camino a seguir y señalando a sus elegidos.

El sólo hecho de que los 25 de Mayo, principal fecha patria argentina, la evocación de la llegada de Néstor Kirchner a la presidencia se coloque por encima del Cabildo abierto que inició la revolución de 1810, pone en evidencia la desmesura política de un liderazgo mesiánico.

Cristina deberá hoy ungir un “elegido”. La multitud esperará la unción y la aclamará. La considerará otra decisión genial, producto del esclarecimiento ideológico, a pesar de la lista de errores cometidos en materia de unciones. Cristina se equivocó al elegir a Julio Cobos como vicepresidente y también al avalar la candidatura de Aníbal Fernández para gobernar Buenos Aires. La lista es muy larga y el último garrafal error de cálculo fue la decisión de postular a Alberto Fernández a la presidencia. Aún así, el nuevo ungido será aclamado como se aclaman los grandes aciertos históricos.

Sucede que la dirigencia K, que incluye periodistas, intelectuales y artistas, parece necesitar que la jefa le diga qué hacer y a quién votar. Si no ella le indica el camino, queda deambulando a ciegas. Si el dedo de Cristina Kirchner no señala un elegido, los dirigentes no saben a quién elegir y las bases no saben a quién votar. Si de la mente de la vicepresidenta no emana un candidato y una estrategia, a ninguno se le ocurre nada.

Esperan que ella ilumine el sendero electoral, repiten como un rezo los párrafos de sus mensajes y creen como verdad irrefutable la razón de su rechazo a candidatearse, sin preguntarse una obviedad: si las encuestas no coincidieran en mostrar un techo aplastante ¿desistiría de postularse?

En términos legales, la realidad es que Cristina puede postularse a lo que quiera. El argumento para renunciar a las candidaturas sin haber renunciado a la vicepresidencia, resulta absurdo. Declararse proscripta porque la Corte Suprema “está dispuesta a obstruir su postulación” una vez que ya la haya asumido, también carece de sentido. Suponiendo que así ocurra, por qué desistir ahora en lugar de avanzar hacia la emboscada que “planean” por los jueces supremos, para poner en evidencia un estropicio que probaría lo que hoy denuncia haciendo futurología.

La lógica de “librar batallas”, siempre presente en su relato, recomienda postularse. Lo contrario no tiene lógica. Es un argumentación brumosa. No resulta más evidente que ese techo aplastante que muestran las encuestas. Es más fácil deducir que, a lo que renuncia Cristina Kirchner, es al riesgo de ser derrotada.

Como justificación de no postularse, que resulte peligroso para su movimiento y para lo que ella representa la improbable acción que podría tomar la cúpula judicial, resulta menos convincente que el contundente vaticinio de las encuestas.

¿Por qué la Corte Suprema tomaría una medida que, en definitiva, la salvaría de una dura derrota en las urnas? Tiene más fuerza el deseo militante de creer, que la evidencia y el sentido común. Quienes abrazan liderazgos desde lo emocional, creen en lo que quieren creer y no en lo más lógico.

Si en lugar de la Jerusalén gobernada por Pilatos, Brian apareciese hoy en la Plaza de Mayo con un libreto escrito por Cristina Kirchner, se dejaría idolatrar en lugar de huir despavorido de la multitud.

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Claudio Fantini

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