La cuenta del otario

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Me va a quedar chico el espacio para todo lo que quiero decir. (El lector interesado buscará complementos). Ha acaparado los titulares el costo de la condena judicial impuesta al Uruguay por el caótico manejo de la liquidación de Pluna (una bicoca si se compara con el costo que tuvo el manejo de esa empresa a través de tantos años). En campaña electoral esa noticia es munición gruesa contra el Frente Amplio, gestor de esa liquidación. Lo que va de la campaña preelectoral se ha caracterizado -salvo excepciones- por el intercambio de acusaciones. El fuego es cruzado, viene de un lado y del otro: se mezclan cosas grandes, como esto de Pluna, con cosas menores muy infladas como el pasaporte de Marset. (¿Alguien cree que Marset se ha paseado por el mundo mostrando su pasaporte uruguayo y su nombre?).

Un tipo de campaña electoral grotesca, tan adjetivada, inflama los corazones de las respectivas hinchadas políticas, (que son los menos) pero en el resto de la ciudadanía (que son los más) genera aburrimiento y, sobre todo, despierta desconfianza ¿será verdad todo eso o será para descalificar al adversario? No se le puede creer a los políticos.

En cualquier caso ese fuego cruzado no tiene nada que ver con las necesidades actuales de nuestro país ni con las posibilidades nacionales futuras, materia esta que sería deseable fuera el contenido principal de los discursos y argumentos políticos que se intercambian en la campaña.

Este episodio de la millonada que habría que pagar por la liquidación defectuosa de una Pluna fundida podría -debería- ser contextualizado para analizar con calma algo que es una vieja y lamentable patología del Uruguay. Veamos.

En su momento el estado general de la opinión pública estuvo de acuerdo con hacer los sacrificios necesarios para que no muriera Pluna (que estaba técnicamente muerta hacía tiempo). Por años el Uruguay gastó fortunas para que no murieran cosas que no tenían futuro (ni presente). En 1996 publiqué un libro titulado: Uruguay un país que no quiere morir. Parece causa noble el empeño por no morir, pero es lo que ha impedido que hubiera un país volcado a querer nacer y renacer. Si el lector tuviese inquietud por averiguar cuántas y cuán costosos agonías se prolongaron al cuete, como la de Pluna (o la que aún está en curso con la división pórtland de Ancap) puede consultar mi libro.

El Estado uruguayo, a través de muchos años de la decadencia económica nacional, fue tomando, con la anuencia de todos los partidos, la forma, el espíritu y la especialización de un CTI. Eso le impidió actuar más como una sala de partos. El empeño por no morir fue ahogando la inquietud por nacer.

Algo pudo hacer contra esa patología el gobierno de Lacalle padre. Gracias a él fue desconectada del respirador la división bebidas alcohólicas de Ancap. Los colorados se asustaron de la ley de empresas públicas, se dieron vuelta en las cintas y se perdió el plebiscito. Pero no fue derogada toda la ley: se pudo vender El Espinillar y se cortó esa sangría: si hoy hay otra matriz energética y el país se llenó de molinos generadores es porque cayó el monopolio de UTE en la generación de energía; si Ud. puede elegir dónde asegurarse es por la misma razón y etc.

Pero ahora hay cosas que están cambiando en el Uruguay: hay un Uruguay que quiere nacer, que está más comprometido con la vida que con los velorios. ¿No sería esta una discusión preelectoral más sana y más útil que tratar de hacerle pagar al otro el costo del postergado y procrastinado y mal manejado entierro de Pluna?

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