A través de los siglos, las grandes incógnitas políticas han motivado a los pueblos a la búsqueda de certidumbres anticipatorias. Pasó en la Antigua Grecia con el oráculo de Delfos. Pasa ahora con las encuestas. El segmento que protagonizan Cifra, Equipos y Opción, entre otras empresas, suele ser el más esperado de los noticieros.
Históricamente, la investigación cuantitativa de opinión en Uruguay empezó con el pie izquierdo: se recuerda que Gallup daba triunfador al “Sí” que impulsaba el gobierno cívico-militar de 1980. Un poco a semejanza del oráculo que sentenció erróneamente la derrota de la victoria de los persas sobre los griegos, en aquel año cardinal de la democracia uruguaya existía una campaña masiva y demoledora a favor del “Sí” a una reforma constitucional que pretendía instalar a las FF.AA. a perpetuidad en el Poder Ejecutivo. Los propulsores del “No”, en comparación, fueron escasos (pienso en los inolvidables Enrique Tarigo y Eduardo Pons Etcheverry), pero ganaron la batalla persuasiva.
A través de las décadas, las empresas encuestadoras fueron mejorando sus métodos de investigación, optimizando su rigor estadístico y, con ello, aportando datos más precisos que las intuiciones de los antiguos augures.
Generalmente le pegan bastante más en la predicción de los escenarios de octubre y noviembre, que son elecciones de voto obligatorio. No ocurre lo mismo cuando investigan las internas partidarias, comicios voluntarios que cuentan con un promedio de 40% de participación ciudadana, lo que hace que la no comparecencia a las urnas de muchos respondentes modifique cualquier previsión.
Lo que más me llama la atención de las encuestas que se vienen divulgando a lo largo de este año es la aparente contradicción entre un amplio apoyo a la gestión de gobierno, con niveles récord de hasta un 45%, y la ventaja que ostenta la oposición cuando se recaban intenciones de voto.
Si se pregunta a la gente por su preferencia partidaria, el Frente Amplio le gana a los partidos de la Coalición sumados. Pero si se le inquiere a quién votaría en un balotaje, candidato contra candidato, empiezan a verse ventajas a favor de la Coalición.
Hay una explicación que tuiteó el amigo Alain Mizraji, director de Radar, que puede ser pertinente para entenderlo: “La intención de voto difiere según quiénes sean los/las candidatos/as. Los hay que pagan más que la ‘grifa’ de su partido y otros que pagan menos. Pensar que la intención actual de voto por partido pueda tener algún valor predictivo sin ponerle nombres a las candidaturas es al menos temerario”.
Dicho en otras palabras: hay candidatos-locomotoras que atraen muchos más votantes, de disímiles autodefiniciones partidarias. Pero me temo que también ocurre lo contrario: hay filiaciones partidarias mejor consolidadas, que hacen las preferencias disonantes muy endebles en el mediano y largo plazo.
Me consta que a muchos molesta que se hable de “marketing político”, pero la verdad es que sirve y mucho para entender estas contradicciones.
Acá podemos inferir un problema de posicionamiento. El concepto fue formulado por un famoso libro de Al Ries y Jack Trout de 1972: el posicionamiento de una marca no son sus atributos específicos, sino el lugar que esta ocupa en la mente del consumidor.
Llevado a términos políticos, el Frente Amplio está mejor posicionado en la mente de los uruguayos, como marca, que los partidos de la Coalición. “Paga más” la marca FA que lo que pagan sus candidatos.
Esta comprobación podría ser recibida por los dirigentes coalicionistas como un alivio, pero es exactamente al revés. Si algo pone de manifiesto es que la marca FA es muy sólida, aun cuando eventualmente pierda de nuevo en octubre. El encuestado se siente frenteamplista, por más que termine no acompañando con el voto. ¿Pasa lo mismo con los encuestados afines a los partidos fundacionales? ¿Existe una mística blanca o colorada, como la que privilegia al FA? ¿No será que el poncho y el sobretodo quedaron demodés, en un contexto cultural de izquierda que se viene gestando desde la generación del 45 y tuvo en la cruenta dictadura de los 70 un martirologio tan trágico como consagratorio?
Los partidos Nacional y Colorado necesitan urgentes estrategias de reposicionamiento. Uno y otro tienen mucho para decir en la construcción colectiva de un país que siempre tomó distancia de populismos liberticidas, y mucho que hacer en la implementación de funcionamientos modernos y propositivos, independientes de la gestión de gobierno.
Si no fortalecen sus marcas partidarias, su mantenimiento en el poder dependerá únicamente de la adhesión que despierten sus líderes coyunturales.
Me da la sensación de que el PN y el PC activan sus aparatos en los períodos preelectorales, pero los descuidan en el ejercicio del gobierno. Sería importante que trabajaran juntos y en serio por reposicionar el republicanismo liberal, en mentes aún colonizadas por trasnochadas utopías colectivistas.