“La democracia no es un hecho; la libertad no es un hecho, ni siquiera Canadá es un hecho”, dijo con lágrimas en los ojos Justin Trudeau.
Su último discurso como primer ministro pasó por las embestidas de Donald Trump contra su país, extendiendo la reflexión al momento sombrío por el que atraviesan las democracias ante el advenimiento de liderazgos patológicos.
Algunos de esos liderazgos ya muestran fragilidades y contramarchas. Por caso Trump, que tras la emboscada a Zelenski en la Casa Blanca encontró una ola mundial de discursos, comentarios y artículos editoriales describiéndolo como un “traidor” al servicio de un déspota ruso.
También sus bombardeos con aranceles a medio mundo empiezan a mostrar contraindicaciones para la economía norteamericana. Por eso puso marcha atrás en algunos de los ya anunciados.
La defensa fanatizada encapsula y enceguece, mientras que la crítica sacude y despierta. O al menos ponen al líder patológico frente a sus errores y limitaciones.
Otro ejemplo de ese liderazgo amurallado por un porcentaje alto de ciudadanos que, en lugar de mostrarle realidades, lo encapsulan, ensimisman y enceguecen, es Javier Milei. Al mismo tiempo que aplicó el manual de tropelías kirchneristas, marchó a contramano de lo que él mismo predicaba sobre el endeudamiento con el FMI, “la Casta”, los jueces serviles al poder, la corrupción, las pautas publicitarias oficiales, el peso argentino, el Banco Central y muchas otras cosas.
Encareció los medicamentos oncológicos y también el acceso de los jubilados a sus medicinas, además de paralizar la asistencia a las personas discapacitadas, mientras bajaba los impuestos a los autos de lujo incluyendo los importados. La paralización de la obra pública y el recorte de servicios claves, como el meteorológico, confluyeron para agravar inundaciones catastróficas. A eso se suman su protagonismo en una mega-estafa con criptomonedas, la revelación de que su hermana cobraba en dólares encuentros de empresarios con el presidente, más otras revelaciones oscurísimas, como la participación del jefe de Estado en campañas de publicidad de una universidad privada y la entrada de misteriosas valijas con permiso “desde muy arriba” para no pasar por la aduana del aeropuerto, deshilachan el relato del “león que viene a terminar con la corrupción de los políticos”.
Como lucidamente dijo Thomas Friedman de Trump, también Milei se rodeó de “ideólogos marginales”.
Nadie en el mundo libre debe dar por hecho la democracia y la libertad. En muchos países se multiplican los que votan liderazgos con rasgos autoritarios y fanatismos ideológicos. La mayoría de esos votantes tiende a pensar que la democracia con la que nacieron y crecieron no puede morir. Pero la historia prueba lo contrario.
Sobran razones para el hartazgo frente a las dirigencias tradicionales. Muchas son decadentes y corruptas. Lo discutible es que sean buena opción los líderes ideologizados que irradian desprecios políticos y sociales, dicen cosas desopilantes y adoptan poses mesiánicas.
Más difícil de explicar es que se formen núcleos duros que defienden todo lo que hacen esos líderes, incluyendo visibles estropicios, negligencias graves, pronunciamientos absurdos, acciones turbias, mensajes que transmiten odio y también actuaciones grotescas.
Todo está a la vista, pero amplios sectores de las sociedades se empecinan en justificarlos, lo cual agrava la situación porque envalentona al liderazgo patológico. Lo ensimisma, aislándolo aún más de la realidad evidente.
Esos núcleos duros aportan “odiadores” voluntarios a los ejércitos de trolls y escuadrones financiados para colgar insultos y descalificaciones al pie de los artículos críticos, además de ametrallar con tuits truculentos a los que disienten.
Líderes turbulentos y fanatizados están siendo aupados por los votos. Crecen en la democracia las dirigencias que la carcomerán por dentro, como el chavismo a la democracia venezolana.
Todos ven inflamarse el mal, esperando absurdamente el milagro de que resulte bueno. Eso no va a ocurrir, o la probabilidad de que ocurra es inferior a la contraria.
La Sociedad Abierta que describió Karl Popper está parada frente al huevo de la serpiente.