"¡Paren la tierra que me quiero bajar!” decía la inolvidable Mafalda. A poco que nos enfrasquemos en las discusiones sobre el futuro ominoso de nuestro planeta parecería que tenía razón, porque los pronósticos son obscuros. Sin embargo alguna luz de esperanza brilla en el horizonte, como veremos
¡Llámelo como quiera, pero carne no es!, escribió en las redes sociales Fernando Mattos, Presidente de INAC, cuando la propaganda de la carne artificial se revigorizó hace unos días, a raíz de las declaraciones de Bill Gates, el magnate norteamericano devenido en gurú, con motivo de la publicación de su nuevo libro, “Cómo evitar un desastre climático”. En una entrevista afirmó que todos los países ricos deberían pasar a comer carne cien por ciento sintética.
El billonario que entre otras muchas cosas es inversor de Beyond Meat, una de las principales fábricas que elaboran un sucedáneo de la carne en base a ingredientes del reino vegetal, fundada en 2009, se muestra muy preocupado por “la amenaza del calentamiento global que dejará cada año un número de muertos aún mayor al que hubo con la pandemia del coronavirus”, ha dicho.
No sabemos si motivados por la misma inquietud o en búsqueda de un redituable negocio, a su vez la compañía israelí Aleph Farms, se halla abocada a la elaboración de carne “in vitro”. Un producto cultivado a partir de células madre vivas, extraídas de músculos de animales, criadas en una matriz vegetal para que se desarrollen junto con otros elementos como suero fetal bovino, mioglobina, vitaminas, aminoácidos, grasa y tejido conectivo. Según su director ejecutivo, no se pretende sustituir al ganado tradicional pero se logrará algo similar. Mientras las de tipo vegetal ya se pueden comprar en algunos supermercados, incluso en Uruguay, la carne de laboratorio todavía se encuentra en etapa experimental pero hay empresas listas para largarla al mercado en el 2022.
Fecha con una extraña coincidencia que nos retrotrae a 1973 cuando se estrenó una película de ciencia ficción llamada Soylent Green que causó tremendo impacto, ubicada justamente, en el año que viene.
Un desprevenido inspector que investigaba la muerte sospechosa de un hombre, luego de sus averiguaciones termina descubriendo un horripilante secreto. En el 2022, en Nueva York ya vivían 40 millones de personas. La contaminación y el calentamiento global debido al efecto invernadero y el hacinamiento habían cambiado radicalmente el modus vivendi de la población y existía una enorme separación entre la clase dominante y el resto de la sociedad. Por eso el detective al entrar en la gran casa del finado, quien resultó ser un importante directivo de la firma Soylent, que vendía su producción al mundo entero, se queda muy asombrado al ver una ducha con agua fría y caliente, jabón, licores, una biblioteca y sobre todo una heladera.
Y más aún, con lo que había adentro, al punto de creer que un tomate era una manzana. Hacía demasiado tiempo que las personas, que mal vivían hacinadas en apartamentos o directamente en las calles y que bebían agua de unas garrafas, solo podían elegir entre dos productos comestibles: Soylent Rojo y Soylent Green.
Los cuales aparentemente eran fabricados con algas y plancton de los mares, si bien la realidad era que estos hacía mucho que se habían degradado y estaban muriendo. Tras el shock de descubrir que esa comida en verdad se obtenía de cadáveres humanos, uno de los investigadores decide terminar con su vida en “El Hogar”. Un lugar adonde la gente iba por propia voluntad y antes de morir podía escuchar algo de música y deleitarse con escenas sobre cómo era la vida previa al cataclismo ecológico, convirtiéndose luego su cuerpo en sustancia alimenticia.
Junto con la concientización respecto del medio ambiente de las últimas décadas, (antes nadie se preocupaba por ello) la ganadería, principal rubro de nuestra economía, fue a parar al banquillo de los acusados. Los animales, mayoría de los cuales pastaban pacíficamente en nuestros campos, se convirtieron en los malos de la película, acusados de enviar a la atmósfera importante cantidad de gas metano, causante del efecto invernadero que daña a nuestro planeta.
Respecto de la importante desertificación que en estos momentos abarca a un tercio del planeta, se culpó durante mucho tiempo a las grandes manadas de animales, hasta que se produjo un cambio radical de percepción.
El reputado ecologista sudafricano Allan Savory, después de mucho estudio y mucha prueba de ensayo y error, detectó lo equivocados que habían estado cuando pensaban que los animales eran los responsables de la destrucción del suelo. Y confiesa su profundo dolor por la política de erradicación de los elefantes (40 000 fueron eliminados) llevada a cabo en el continente, con resultados absolutamente negativos.
La tierra no se recuperó al quedar liberada de los animales sino que se puso mucho peor. Lo mismo observó cuando en los EE. UU. visitó los parques naturales donde hacía 60 o 70 años que ya no habían manadas comiendo en los prados, los cuales lucían completamente desnudos. Solo después del regreso de los animales, volvieron los pastizales a reverdecer. Se comprobó que el pisoteo de los bichos, las mordidas, el bosteo que ocurre durante un cierto lapso de tiempo hasta que los grupos se desplazan en busca de mejor comida, es lo que la tierra necesita para volver a cubrirse de vegetación.
Hoy día, el Instituto Savory le presenta al mundo una forma de hacer ganadería regenerativa en las zonas de lluvias estacionales a través de Manejo Holístico. El cual engloba los aspectos ambientales, económicos y sociales que permiten negocios agropecuarios sustentables y con rentabilidad, al tiempo que se recuperan los procesos vitales del ecosistema. No solo se revierte la desertificación sino que es importante el secuestro de CO2 de la atmósfera que pasa a ser “guardado” bajo tierra mediante la fotosíntesis. La ganadería tiene un buen futuro por delante y bien explotada es un plus para el medio ambiente.