En las imágenes de desolación que están estremeciendo al mundo, nunca se ven yihadistas de Hamas socorriendo a las personas atrapadas entre los escombros. Sólo civiles, hombres, mujeres y niños, removiendo trozos de edificios demolidos. Como fantasmas ensangrentados y cubiertos de polvo que, llorando y gritando su dolor, recogen los cadáveres que dejan los bombardeos implacables de Israel.
Las imágenes son reveladoras de los dos victimarios que generan ese infierno en el que mueren, quedan huérfanos y pierden a sus hermanos y amigos muchos miles de niños palestinos: la operación lanzada por el gobierno extremista de Netanyahu y la estrategia monstruosa de Hamás.
Nunca aparecen, entre esos fantasmas vivientes sin armas ni uniformes, los milicianos del Ezzedim al Qassem y la Yihad Islámica Palestina. Ellos están protegidos en el infinito laberinto de túneles donde no pueden refugiarse los civiles. Para los que no son funcionarios ni milicianos de Hamás, está la intemperie de la superficie. Sin refugios antiaéreos, sin alarmas y sin misiles antimisiles que detengan al menos una parte de la lluvia de muerte lanzada sobre Gaza por las fuerzas israelíes.
Los civiles palestinos y los israelíes secuestrados por Hamás, además de los que murieron en las aldeas agrícolas comunitarias de Israel el pasado 7 de octubre, son las víctimas de esta guerra ciega. Un conflicto en la que la operación militar de Netanyahu acumula brutales crímenes de guerra contra una población atormentada, a la que Hamás utiliza como carne de cañón para estigmatizar a los judíos como exterminadores y destructores de hogares, escuelas y hospitales.
Aunque con la mitad de su fuerza militar diezmada, la cúpula de Hamas, arrinconada en el sur de la Franja y casi sin poder salir de sus túneles, podría estar más cerca de la victoria que Netanyahu. Ocurre que en este conflicto no gana el que mata a más miembros del bando enemigo, si no el que consigue alcanzar su objetivo. Y el objetivo de Hamás al provocar la respuesta israelí con el pogromo del pasado 7 de octubre, no era derrotar al ejército enemigo sino que su represalia masacre civiles en un infierno de muerte y destrucción, para estigmatizar a Israel como un Estado genocida.
Si Netanyahu no logra la extinción absoluta de Hamás, no habrá logrado nada más estratégicamente valioso que lo logrado por la organización criminal que la provocó masacrando, violando y secuestrando masivamente israelíes.
Incluso si consiguiera matar a Yahya Sinwar, a su hermano y a Mohamed Deif, acabando con la presencia de Hamas en la Franja de Gaza, el precio en aislamiento internacional y destrucción de su imagen ante el mundo que ya está pagando Israel es demasiado grande y peligroso.
Por eso le cuesta tanto a Estados Unidos imponer la tregua con vistas a final de conflicto que impulsa la Casa Blanca. Esa iniciativa logró el apoyo del Consejo de Seguridad de la ONU, de todo el G-7 y de la casi totalidad del mundo. Pero no logra la aceptación de Netanyahu ni de Hamás.
Netanyahu está atrapado en su propia estrategia, por la funcionalidad que ésta ha tenido con la estrategia de la organización ultraislamista. Eso condena al turbio primer ministro israelí a alcanzar el objetivo que propuso al lanzar su devastadora operación militar, y aún no ha logrado: la destrucción absoluta de Hamás. Y ese objetivo no está claramente garantizado en la iniciativa norteamericana. Tampoco está garantizado que, cumplidos los intercambios de secuestrados por prisioneros y organizada la asistencia humanitaria masiva a los gazatíes, se impedirá al ejército israelí continuar las acciones hasta aniquilar lo que queda de Hamás, que todavía es mucho. Por eso tampoco el líder terrorista Yahya Sinwar da su apoyo total al plan de Biden. El jefe de los yihadistas está cerca de lo que sería su victoria: que Hamás sobreviva en la Franja de Gaza y conserve al menos cuotas de poder. Y no va a desperdiciar la oportunidad.
Sin compararlo con los brillantes estrategas vietnamitas Ho Chi Ming y el general Vanguyén Giap, Sinwar aspira a lograr que lograron el régimen de Vietnam del Norte y la guerrilla Vietcong en la guerra de la década del 60. Las fuerzas norteamericanas comandadas por el general Westmoreland ganaron todas las batallas, sin embargo Estados Unidos perdió la guerra porque, sin evitar que el sur y el norte de la península indochina se unifiquen bajo un régimen comunista, se criminalizó con las masacres y el ecocidio que produjeron las lluvias de napalm y bombas defoliantes sobre la población y las selvas y arrozales de Vietnam.
Si no extirpa hasta el último jefe y miliciano de Hamás, a Netanyahu las batallas ganadas en Gaza le servirán tanto como a Westmoreland y los marines norteamericanos sus batalladas ganadas a los vietcong.