La idea de propiedad

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La presidenta del Frente Amplio acaba de declarar que en la Constitución uruguaya la propiedad privada “está sobrevaluada”. Como uno de los amigos de ese país hermano formulo los siguientes comentarios.

La presidenta del Frente Amplio acaba de declarar que en la Constitución uruguaya la propiedad privada “está sobrevaluada”. Como uno de los amigos de ese país hermano formulo los siguientes comentarios.

Debido a que los bienes y servicios no crecen en los árboles y no hay de todo para todos todo el tiempo sino que son escasos en relación a las necesidades, la asignación de derechos de propiedad constituye uno de los aspectos centrales de los marcos institucionales civilizados.

De este modo, los factores productivos están en las manos de quienes son capaces de servir a sus semejantes como condición inexorable para mejorar sus propios patrimonios. Quien da en la tecla con las necesidades de sus congéneres obtiene ganancias y quien yerra incurre en quebrantos, ya sea vendiendo medias, computadoras, libros o lo que fuere. Sin duda que esto no ocurre si el mercado no está abierto y operan comerciantes prebendarios aliados con el poder de turno a través de mercados cautivos, protecciones arancelarias, exenciones fiscales y otros privilegios. En esta última situación esos pseudoempresarios explotan miserablemente a su prójimo.

Más aun, llevado a un extremo, la eliminación de la propiedad privada como propugna Marx en el Manifiesto Comunista, elimina los precios y, por tanto, la posibilidad de toda contabilidad, evaluación de proyectos y cálculo económico en general. En ese contexto, no se sabe si conviene construir caminos con asfalto o con oro (si alguien afirma que es antieconómico fabricarlos con el metal aurífero es porque recordó los precios antes de eliminar la propiedad privada).

Los desbarajustes y dificultades en el cálculo y en el uso de los siempre escasos recursos se suceden en la medida en que los aparatos estatales intervengan en el proceso de mercado, sin necesidad de llegar al antedicho extremo.

Como han señalado reiteradamente autores de gran calado, el tema es de incentivos. Lo que es de todos no es de nadie, lo cual se ha ilustrado con lo que se bautizó en textos de la ciencia política como “la tragedia de los comunes”. La forma en que se prenden las luces y se toma café no es la misma en un lugar privado que en uno estatal. No se trata de bondad o de maldad, como queda dicho, es una cuestión de estímulos.

Nuestra época podría denominarse la de la “manía del igualitarismo”, no de la indispensable igualdad ante la ley sino de la guillotina horizontal en cuanto a patrimonios e ingresos. Resulta en verdad muy curioso pero es la gente la que al comprar y abstenerse de hacerlo en los supermercados y afines la que establece desigualdades según sean sus preferencias y necesidades, pero henos aquí que ciertos burócratas proponen “redistribuir ingresos” lo cual significa volver a distribuir por la fuerza lo que ya se distribuyó pacíficamente. Y lo peor del asunto es que al asignar recursos en áreas distintas a las preferidas por la gente se desperdicia capital con lo que se contraen salarios e ingresos en términos reales.

La diferencia central en el nivel de vida entre Uganda y Canadá son marcos institucionales que respetan la propiedad del vecino, no se trata de la meteorología, ni de recursos naturales sino de ámbitos civilizados. Recordemos siempre que África es el continente que dispone de los mayores recursos naturales del planeta, mientras que Japón es un cascote en donde solo el veinte por ciento es habitable.

Conviene puntualizar, por otra parte, que cuando se declama que los gobiernos harán esto o aquello más allá de prestar los servicios de seguridad y Justicia, lo hacen con el fruto del trabajo ajeno puesto que ningún gobernante pone a disposición su patrimonio. Es insoportable una sociedad concebida como un gran círculo donde todos tienen puestas las manos en los bolsillos del prójimo.

Cuando se articulan discursos sobre la solidaridad hay que comprender que la genuina caridad es realizada con recursos propios, de manera voluntaria y si fuera posible de modo anónimo. Se requiere la primera persona del singular y no prenderse de un micrófono y recurrir a la tercera persona del plural al efecto de echar mano compulsivamente a los recursos de otros.

Por ello es que el llamado “Estado Benefactor” es una contradicción en los términos, la fuerza no hace beneficencia. Si alguien le arranca la billetera o la cartera a una persona y se la entrega a otra, no ha hecho caridad alguna, sino que se trata de un asalto.

Es muy loable que haya quienes se preocupan por la condición social de los más necesitados pero es muy relevante entender que la forma de lograr el objetivo consiste en permitir el mayor volumen de ahorro posible a los efectos de atraer inversiones externas e internas en el contexto de la sociedad abierta. Es por ello que en lugares de gran inversión, tienden a no existir tareas como el servicio doméstico y no es porque el ama de casa no le gustaría contar con esas faenas sino porque las personas están ubicadas en tareas más productivas y humanas con remuneraciones altas.

Como es sabido, no hay magias en economía, de lo contrario no habría que andarse con timideces y fabricar un jugoso decreto y hacernos a todos millonarios. Pero las cosas no son así, hay que trabajar y no jugar al Papá Noel con los recursos financiados con lo que la gente aporta con sus impuestos.

En resumen, el respeto por la propiedad privada, comenzando por el propio cuerpo y los propios pensamientos y por el fruto del trabajo de cada cual y lo obtenido legítimamente, es absolutamente necesario para el progreso, muy especialmente para los más necesitados cuyos ingresos dependen exclusivamente de las tasas de capitalización, solo logradas a través del mencionado respeto a la referida institución de la propiedad, de allí el “dar a cada uno lo suyo” según la clásica definición de Justicia.

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Alberto Benegas Lynch

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