La larga noche del 43

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Luciano Álvarez

Hay películas que no se olvidan, pero sobre todo hay secuencias que dejan marcas indelebles.

Hace unos años compartí una larga cena con Gianni Amelio, autor de películas tan valiosas como "Ladrones de niños" y "L`America".

No hablamos de "cine"; hablamos de películas y competimos por proporcionarnos y coincidir en escenas y frases que ambos amáramos.

Esa arbitraria y emotiva lista de momentos y frases estaba encabezada por el final de "Un condenado a muerte se escapa" (¡Si mi madre me viese!). También incluía el de "La larga noche del 43", una película algo olvidada, dirigida por Florestano Vancini en 1960, adaptando un relato de Giorgio Bassani.

En la referida última escena, Franco Villani, que ha regresado a Ferrara luego de varios años de ausencia, pasea con su pequeño hijo. En un café de la plaza se cruza con un personaje a quien saluda de paso. "En su tiempo fue un jerarca fascista, pero es un buen hombre, creo que no mataría una mosca", le explica luego al niño.

Sin embargo, el público sabe lo que el protagonista ignora. Ese hombre "que no mataría a una mosca" es responsable del asesinato de su padre y de otros diez ferrareses, veinte años atrás.

En el invierno de 1943, Franco estaba viviendo una pasión amorosa con Anna, una antigua amiga casada con Pino Barilari, un farmacéutico inválido. Este hombre vivía aislado y pasaba gran parte de su tiempo mirando hacia la plaza, desde su habitación en el segundo piso.

El contexto histórico del relato es el siguiente: El 8 de setiembre de 1943, Italia firmó el armisticio y dio por terminada su participación en la guerra; Mussolini estaba preso desde julio y los aliados ocupaban la mitad sur de la península.

Pero los alemanes reaccionaron: ocuparon el norte y el centro del país, un comando liberó a Mussolini y con el apoyo nazi se creó la República Social Italiana (Saló). Los fascistas intentaron reorganizarse y el domingo 14 noviembre de 1943 se iniciaba en Verona el congreso del Partido Fascista Republicano.

En la tarde se recibió la noticia de la desaparición y posterior asesinato del principal líder ferrarés, Igino Ghisellini.

El crimen se atribuyó a la resistencia comunista, pero en realidad había sido cometido por rivales internos, para quienes Ghisellini era un "moderado". Se sabía que al día siguiente del armisticio había procurado un acuerdo político con los antifascistas.

El cadáver de Ghisellini presentaba seis heridas de bala en la nuca. Estaba dentro de su auto; los vidrios aparecían perforados desde el interior y no había señales de violencia, prueba de que el autor era una persona que lo acompañaba en el viaje.

Los asesinos aprovecharon la ocasión no sólo para eliminar a un rival, sino para proceder a un terrible escarmiento sobre los antifascistas, a los cuales endilgaron el crimen.

De la asamblea salió una consigna: "¡A Ferrara! ¡Todos a Ferrara!", y a las 8 de la noche una escuadra fascista ingresó a la ciudad con una lista de 84 antifascistas "sospechosos"; en pocas horas, 75 habían sido arrestados y estaban a disposición en el cuartel de Littorio.

Los detenidos pertenecían a todas las clases sociales; muchos eran profesionales y comerciantes, varios de ellos miembros de la antiquísima comunidad judía de Ferrara.

Entre ellos, el octogenario doctor Umberto Ravenna, el abogado Giuseppe Bassani, el ingeniero Silvio Finzi, el profesor Mario Magrini, Vittorio y Mario Hanau, padre e hijo, la anciana maestra socialista Alda Costa.

En la planta baja del cuartel los fascistas discutieron: uno propuso fusilar al menos a 36; otro, matar 20 rehenes por día mientras no cayeran los asesinos; otro se conformaba con cuatro fusilamientos. Algunos de los dirigentes locales -seguramente más conscientes del futuro próximo- se oponían a los asesinatos.

A las 5 de la mañana la decisión estaba tomada y dos escuadristas se dirigieron al lugar de los prisioneros. Uno de ellos leyó: "Emilio Arlotti, Mario Zanatto, Vittorio Hanau, Mario Hanau".

Al amanecer, otra escuadra llegó a la cárcel de via Piangipane, donde estaban detenidos desde el 7 de octubre otros 31 antifascistas. Reclamaron la inmediata entrega, sin formalidad alguna, de cuatro detenidos: Pasquale Colagrande, Giulio Piazzi, Alberto Vita Finzi y Ugo Teglio. El director pidió alguna orden formal, pero las pistolas eran el mejor documento y los cuatro fueron entregados.

Eran las 6 de la mañana del lunes 15 noviembre. Los dos grupos de presos fueron llevados hasta el corso Roma, en el centro de la ciudad, puestos contra el muro del foso del castillo de los Este y fusilados.

Todo pasó muy rápido, demasiado rápido para calmar la excitación criminal de los escuadristas. Entonces fueron hasta la estación de trenes y se llevaron a un ferroviario, Cinzio Belletti, un joven que nunca había tenido actividad política. La décima víctima fue Girolamo Savonuzzi, un ingeniero socialista; la undécima, Arturo Torboli, de 54 años, veterano funcionario de la Comuna. Los asesinos les quitaron todo, incluso los zapatos.

Ya eran las 9 de la mañana cuando desembocó sobre el lugar del crimen un grupo de niños de la escuela primaria. Aterrorizados trataron de escapar, pero los escuadristas de guardia los hicieron volver sobre sus pasos y los obligaron proseguir su marcha delante de los cadáveres.

"¡Tienen que ver! -gritó uno de los escuadristas-. ¡Todos en la ciudad deben ver!"

El comisario informó escuetamente al juez: "Esta mañana fueron encontrados once cadáveres de desconocidos. Se ignoran completamente las causas y los autores de estas muertes".

La prensa fascista encontró inmediatamente un nuevo vocablo para describir ese tipo de procedimiento: "ferrarizar". La tarea de todos los buenos fascistas debía ser, desde entonces, "ferrarizar Italia".

La ficción de La larga noche del 43 introduce dos testigos del crimen: el inválido farmacéutico Pino, que vio todo desde su ventana, y su esposa Anna, que volvía de un encuentro clandestino con Franco.

Para el escritor Giorgio Bassani, tanto como para Florestano Vancini, el farmacéutico Barilari expresa la parálisis no solo física, sino también moral, que significó el fascismo, parálisis que también alcanza a Anna y Franco.

Esta indignación frente a la renuncia está presente en toda la obra de Giorgio Bassani, traducida en un sentimiento ambiguo de amor y de odio, de rencor y de remordimiento hacia su ciudad, Ferrara.

Este concepto de parálisis moral, acompañada de la mirada desde el balcón, es considerablemente más abarcador que la experiencia totalitaria referida: implica a todo aquel medio ambiente controlado de forma radical y hegemónica.

Cuando una sociedad pierde la tolerancia, fuerza y escudo de quienes carecen del poder de la masa o la heroicidad del espíritu, la tentación de "ferrarizar" se impone.

Entonces se ve, se olvida y se recuerda sólo lo que los "escuadristas" quieren que se vea, se olvide o se recuerde.

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