Las urnas tienen una capacidad aplastante de poner las cosas en su sitio. No hubo que esperar hasta la madrugada, las encuestas estaban en general bien, la popularidad del gobierno no convenció al electorado, y el Frente Amplio vuelve al gobierno tras cinco años en el llano opositor.
El resultado se presta para varias preguntas y lecturas de interés. Tal vez la mayoría por el lado de los derrotados. Pero vamos a empezar, como corresponde, por quienes se impusieron en los votos.
La primera pregunta que cabe hacerse por estas horas es qué tipo de Frente Amplio será el que gobierne los próximos cinco años. Porque hay caras bien distintas entre quienes festejaban el domingo a la noche en el hotel NH. Puede ser un Frente Amplio que tenga la impronta de Yamandú Orsi, esto es un tono campechano, dialoguista, en general racional y con poca tendencia a levantar la voz. O puede ser el Frente Amplio de Fernando Pereira, quien estuvo bastante silencioso en la recta final de la campaña. Este sería un gobierno más ideológico, más duro de izquierda, más confrontativo y peleador.
Para ponerlo más claro. ¿Será el Frente Amplio de Oddone o de Andrade? La clave la tendrá, parece obvio, el senador Alejandro Sánchez, monje gris de esta campaña, y que logró de alguna forma el milagro de llevar a la presidencia a una figura opaca y de escaso carisma, cuyo principal logro tal vez haya sido no salirse un ápice del libreto diseñado por el “Pacha”. En algo que fue una apuesta bastante arriesgada, no se crea. Ya había gente en la interna con la cuchilla entre los dientes, si el resultado no acompañaba.
Tal vez la gran incógnita es interpretar qué contenido ideológico tendrá este MPP que ha quedado como virtual dueño del FA, y que hasta ahora ha dado realmente pocos indicios de hacia dónde puede virar. Porque a golpe de brocha gruesa podría pensarse que en sí mismo este MPP es una especie de Frente a escala, con costados más socialdemócratas y otros más... ¿radicales? Las semanas siguientes nos permitirán tener una idea más clara.
Lo que parece claro es que este nuevo gobierno frentista, si bien no tendrá las libertades de los anteriores en materia legislativa, llega con un peso importante para marcar un cambio en la sociedad uruguaya. Resta saber, increíblemente, hacia dónde.
Del otro lado, el panorama es un poco más desafiante.
La primera duda es si la Coalición Republicana logrará sostenerse para hacer un bloque legislativo único. Los incentivos, no parecen estar demasiado alineados, en especial con un Cabildo Abierto y un Partido Independiente diezmados. Por otro lado, el resultado parece dejar al todavía presidente Lacalle Pou como un líder natural del bloque no frentista, si es que él decide aceptar ese papel. Difícil imaginar que no lo haga.
Pero por estas horas ya se empiezan a escuchar algunas críticas al tono de campaña, y en general del gobierno, que pueden ser atendibles. Tal vez la más sonora, es que el resultado sería responsabilidad de haber mantenido un tono demasiado “blando” en lo ideológico. No haber profundizado en reformas más acordes con el espíritu liberal en lo económico, y conservador en lo social, que parece dominar a quienes hoy no se sienten parte del imaginario del Frente Amplio.
Si gobernaste como socialdemócrata, hiciste todos los deberes en materia económica, si encaraste una campaña con permanentes guiños al centro, y perdiste como en la guerra, algo allí no está bien. Y, ¡por favor! que nadie salga con eso de que estamos en una era en la que todos los gobiernos han perdido elecciones.
No había ningún elemento objetivo que hiciera que este gobierno no siguiera en el poder. Pero sí hay uno central, que los jerarcas de la coalición parecen en general haber dejado de lado. Y es el tema de la batalla cultural.
Sólo ese aspecto puede explicar que en un país en el que las dos principales preocupaciones de la gente son la seguridad y el empleo, haya ganado un partido al que le da fiebre la palabra represión, y tiene en su seno al 90% del Pit-Cnt. Que, por definición, se preocupa mucho más por el salario y las condiciones de quienes ya tienen trabajo, que por quienes no lo tienen.
Hay un último aspecto digno de analizarse de este resultado, y no es particularmente edificante. Y tiene que ver con que el electorado ha premiado una forma de hacer oposición de completa tierra arrasada. A un partido que a los 15 días de asumir Lacalle Pou le hizo un caceroleo, que le infiltró la Fiscalía y la usó para la politiquería más mezquina, que le inventó 25 escándalos de corrupción que en el fondo no eran nada. ¿Qué lección le deja esto a los perdedores? No pocos dirán que el peso de las urnas, entre las víctimas de aplastamiento, ha dejado a la famosa “positiva”. ¿Lo verá igual Lacalle Pou?