Los medios de información y muchos analistas políticos suelen ser proclives a etiquetar despectivamente a quienes se atreven a cuestionar los discursos ideológicos hegemónicos.
Algo de eso pasa con la primera ministra italiana Giorgia Meloni. Es ocioso analizar su gestión desde nuestra pequeña penillanura progre; en lugar de situarnos en el contexto europeo, elegimos el camino fácil de simplificar el asunto: ¿su partido se nutre de movimientos políticos posfascistas? Ah, es flor de facha.
No suscribo todas sus ideas, pero acaba de llegar a mis manos un discurso que dio en febrero pasado en Washington, que nadie podría calificar de ultraderechista.
Parece increíble, pero hoy necesitamos líderes que, otra vez como en aciagas décadas del siglo pasado, defiendan los valores de Occidente.
“Aún creo en Occidente”, dijo Meloni en un aplaudido discurso. “No solo como un espacio geográfico, sino como una civilización nacida del encuentro de la filosofía griega, el derecho romano y los valores cristianos” (debió decir judeocristianos).
“Una civilización construida y defendida a través de los siglos, con el genio, la energía y el sacrificio de muchos. Cuando decimos Occidente, definimos una forma de concebir el mundo, en el que el individuo está en el centro, la vida es sagrada, todos los hombres nacen iguales y libres, la ley aplica igual para todos, la soberanía pertenece al pueblo, y la libertad viene primero que cualquier otra cosa. Esta es nuestra herencia y nunca pediremos disculpas por ella”.
Pregunto a quien la acusa de fascista, ¿qué tiene esta declaración de principios democráticos en común con aquel colectivismo reaccionario?
Tal vez lo que les molesta, cuando la menoscaban de ese modo, es que ella reclama que nuestra civilización “defienda los valores que la definen” y se sienta “orgullosa de sí misma y consciente de su rol. Por eso tenemos que decir fuerte y claro a aquellos que atacan a Occidente desde afuera y a los que lo sabotean desde adentro -con la cultura de la cancelación y la ideología woke- debemos decirles a ellos que nunca nos sentiremos avergonzados de lo que somos. Nosotros afirmamos nuestra identidad y trabajamos para fortalecerla. La izquierda radical quiere borrar nuestra historia, minar nuestra identidad, dividirnos por nacionalidad, género e ideología. Pero nosotros no nos dividiremos, porque seremos fuertes solo si estamos juntos”.
Hay mucha verdad en estas palabras, aunque sean políticamente incorrectas para las pueriles modas ideológicas que campean en ambientes académicos y políticos.
Tengo bien presentes los reparos intelectuales que sucedieron a diversas catástrofes, como el derribo de las torres gemelas de Nueva York, el asesinato de los humoristas de Charlie Hebdo en París o la reciente acusación de “genocidio del pueblo palestino”, de parte de quienes no dijeron ni una palabra del cruento ataque perpetrado por Hamás el 7 de octubre de 2023.
Es desesperanzador que quienes usufructúan la plena libertad de expresión que garantiza la democracia, la utilicen para calumniarla y defender totalitarismos criminales.
Tiene razón Meloni cuando define así al doble enemigo de nuestras sociedades abiertas: el de afuera, las teocracias fundamentalistas que financian el terrorismo, y el de adentro, la miríada de grupos identitarios que apuntan a dividirnos para fragilizarnos. Era momento de que alguien nos convocara a dejar de mirarnos el ombligo y entender nuestra responsabilidad en la defensa de una tradición griega, romana y judeocristiana que nos une y privilegia.