Para Gary Becker, economista ganador del Nobel (1992), “la mejor política industrial es que no haya política industrial”. Sin embargo, parece que a Becker hoy en Washington ya nadie le cree.
Mientras la administración de Trump hizo un quiebre con la postura tradicional del Partido Republicano en política comercial imponiendo aranceles y barreras, el mandato de Biden fue más lejos en política industrial con medidas como la Ley CHIPS y Ciencia y la Ley de Reducción de la Inflación. En total, con estos paquetes de incentivos y subsidios, EEUU invertirá US$ 805 mil millones en la fabricación e investigación en semiconductores, tecnologías para combatir el cambio climático e infraestructura.
Gracias a esta movilización de recursos públicos masivos y sin precedentes, la economía de EEUU emergió de la pandemia con vigor superando en velocidad de rebote a todas las otras economías desarrolladas, atrayendo inversión, inclusive extranjera y en manufactura. Es que para el resto del mundo es muy difícil competir con EEUU ya que siendo el principal mercado se convirtió en un candado, por un lado otorgando incentivos a la inversión y por el otro, fuertes obstáculos o barreras a la importación.
La ironía histórica es que el dirigismo en la política económica de EEUU se asemeja sospechosamente a las políticas chinas contra las cuales Washington ha protestado por años. Es especialmente irónico porque es justamente en respuesta a China que EEUU justifica su nueva política industrial.
La principal negociadora comercial de Biden, la Representante Comercial de EEUU, Katherine Tai, expresó en un discurso en el Instituto Roosevelt que “Es evidente la necesidad de corrección, y la política industrial es un componente crucial en este esfuerzo de reequilibrio”. Añadió que “Hemos sido testigos de más de dos décadas de políticas de predominio industrial del Estado chino, las cuales carecen de transparencia y se implementan a gran escala. Las herramientas comerciales tradicionales y el sistema multilateral de comercio no lograron abordar estas distorsiones, e incluso los mercados las premian. Los impactos globales de estas políticas han limitado profundamente la capacidad de trabajadores e industrias en mercados abiertos y sociedades libres como la nuestra para prosperar o incluso sobrevivir.”
Con estos comentarios queda en evidencia un giro de 180 grados en el camino de apertura de EEUU hacia China iniciado por Henry Kissinger en la década de los setenta. Kissinger y gran parte del mundo occidental creía en el acercamiento con China usando el comercio y la inversión como herramientas para generar interdependencia, paz y prosperidad. EEUU esperaba que con sus políticas de apertura económica convertiría a China a su semejanza pero parece que pasó lo contrario, EEUU se asemeja cada vez más a China en su dirigismo económico.
Es que estamos frente a la mayor apuesta de política industrial de la historia. Como consecuencia de esta política, que parece una canilla libre, EEUU ya tiene el doble de deuda y déficit que Uruguay en relación al producto (116% y 5,6% versus 53,5% y 3,2%, respectivamente). Es cierto que EEUU está en una categoría aparte, ya que tiene la ventaja de que el dólar es la principal divisa del mundo y un ejército sin igual que lo respalda.
En cambio, Uruguay y el resto de los países, tienen capacidad limitada para contraer deuda y es por ende, mucho más riesgoso hacer apuestas con políticas industriales. En Uruguay, recordamos, por ejemplo, el fracaso de la inversión en Pluna. También vemos con tristeza el daño causado por el control del gobierno sobre la economía de la vecina orilla. Pero en este nuevo mundo, para quienes defienden el liberalismo económico, si un país pequeño como Uruguay introduce incentivos a la par de otras economías se restablece el equilibrio.
Por lo tanto, para competir en este nuevo mundo, Uruguay puede recalibrar sus propios estímulos. Las zonas francas y la ley de software fueron políticas sectoriales muy exitosas pero ya no tienen la fuerza de antaño. A partir de la reforma fiscal mundial impulsada por la OCDE que ya está en vigor en parte del mundo, las grandes multinacionales graban en casa matriz los ingresos generados en países de baja tributación (cuando el impuesto es menor al 15% de la renta corporativa con ciertos descuentos por actividad). El esfuerzo fiscal de Uruguay es ahora menos efectivo.
Muchos de los nuevos incentivos que brinda EEUU son créditos a la investigación y desarrollo que reducen los costos de las empresas pero no se contabilizan como rebaja de impuestos. Vietnam que es uno de los grandes ganadores de la tensión geopolítica entre EEUU y China está precisamente incorporando incentivos a la investigación con la creación de fondos específicos. En Inglaterra el mecanismo favorecido son los créditos a la innovación (patent boxes). Más cerca aún, Brasil anunció el mes pasado una nueva gran política industrial estimada en 300 mil millones en incentivos a la innovación.
En Uruguay el camino de apuntar a la innovación ya está iniciado. Siguiendo la tradición de ANII, la administración de Lacalle Pou lanzó el Uruguay Innovation Hub para apoyar a las empresas en lo que refiere a la innovación. Este programa busca potenciar y financiar emprendimientos en sectores de alto crecimiento, tecnologías avanzadas y verdes y la biotecnología. Este tipo de incentivos a la innovación pueden reemplazar, en algunos casos, los bajos impuestos corporativos (manteniendo otros beneficios de operar en zonas francas). El Uruguay Innovation Hub se alinea con las nuevas tendencias mundiales y fiscales. Hecha la ley, hecha la respuesta.