Hasta aquí, se había preocupado por cuidar las formas. Nunca fue claro el rol de Rodríguez Zapatero en Venezuela, pero sus declaraciones y pronunciamientos aparentaban neutralidad.
Lo inequitativo era el "diálogo" en sí mismo. Sentar a la oposición con el régimen tenía un beneficiado y un perjudicado. El beneficiado era Nicolás Maduro y el perjudicado era el sector que se prestaba a la estratagema con la que el régimen sólo buscaba ganar tiempo y dividir la disidencia.
Cada vez que le puso palabras a su acción, el exjefe de Gobierno español fue más resbaladizo que explícito. No obstante, mantenía las formas. Ese jabonoso equilibrio terminó esta semana, cuando Rodríguez Zapatero pareció desenmascararse al acusar a la oposición por el fracaso de un "diálogo" que nunca fue un verdadero diálogo, ni nada que se le pareciera. Maduro no hizo ni el esfuerzo de simular voluntad negociadora. Al contrario, usó el tiempo que le reglaron las gestiones del papa Francisco y de Rodríguez Zapatero para avanzar sobre los últimos vestigios del Estado de Derecho.
La oposición merece muchas críticas demoledoras. Muestra una pasmosa ineptitud y tiene dirigentes que parecen sobornados por el régimen para hacer todo mal. Pero culpar a los dirigentes que acudieron a la emboscada del "diálogo", por no haber aceptado un "acuerdo" en el que Maduro no se comprometía a liberar presos políticos, levantar las proscripciones de las máximas figuras opositoras, devolver al Congreso sus atributos y fijar las reglas para una elección equitativa, es servir en bandeja el banquete institucional que Maduro engulle sin dejar ni migajas de democracia pluralista.
En todo caso, la culpa de los dirigentes que fueron a la República Dominicana no es la que señala Rodríguez Zapatero, sino haberse prestado a un juego con final cantado. Salvo el ex gobernante español, el Papa y el puñado de líderes caribeños que también posaron de mediadores, nadie creyó jamás que Maduro estuviese realmente dispuesto a negociar.
Los opositores que se prestaron a la parodia no son culpables de un fracaso inexorable, sino de haber sido funcionales al régimen, aceptando el juego que posibilitaron Rodríguez Zapatero y los demás propiciadores del "diálogo".
No es extraño el final de esa iniciativa, en lo referido a sacar a Venezuela de su crisis. Lo extraño es que el socialista español haya dejado caer su máscara. Al menos eso parece su acusación a los opositores: una máscara que cae.