Al presidente Luis Lacalle Pou le quedaban 365 días de gobierno al momento de pararse frente a la Asamblea General. Una cuenta regresiva que parece obsesionarlo. Sin embargo, su mensaje tuvo tono de balance y despedida. Eso sí, una despedida combativa, imposible de separar del clima de campaña electoral que está tomado al país.
No era un momento fácil para el gobierno, que en el último mes ha lanzado una furiosa ofensiva comunicacional para mostrar sus logros. Desde la inauguración del Hospital del Cerro, parece que no hay día en que no se corte una cinta o se haga un anuncio positivo. Y la voz cascada del mandatario en sus primeros minutos, mostró el efecto de este “trabajo”. Por primera vez en todo el período, con la salvedad de la pandemia, el gobierno parece estar logrando marcar el tono del debate. Y, sin embargo, la encuesta de la empresa Cifra, otorgando a la oposición un 47% de apoyo electoral, debe haber caído como un balde de agua fría, mientras se redactaban las líneas del discurso .
“¿Qué estamos haciendo mal?”, se habrán preguntado en la Torre Ejecutiva? “¿Qué más se puede hacer?”, dirían los asesores oficialistas, si tras un mes de frenética actividad, la oposición sube cuatro puntos. La encuesta de Opción publicada la noche del viernes, en línea exactamente opuesta a la previa (algo pocas veces visto en el país entre las empresas respetadas) debe haber generado un soplido de alivio.
El discurso de Lacalle Pou, superando los detalles de cada área, estuvo marcado por dos cosas. Por un lado la ideología, palabra a la que la mayoría de los políticos escapan, pero él mismo se encargó de pronunciar. Volvió a hacer una encendida defensa de la libertad como concepto transversal de su gestión. Allí, ocupó un lugar destacado la LUC, a la que se refirió como la clave de los logros que atribuye a este gobierno.
Más allá de que la libertad ha sido eje de sus discursos desde que asumió, esta mención explícita no parece antojadiza. Si hay algo que se ha criticado desde filas propias al gobierno, es cierta tibieza a la hora de enfrentar la batalla cultural a la que permanentemente invita la oposición, como el torero que ostenta petulante el paño rojo a su rival astado. “Escuchar a Lacalle Pou un día después de escuchar a Milei, es como escuchar a Fidel Castro”, decía alguien en Twitter, apenas terminado el discurso.
Por suerte, la situación de Uruguay es bien distinta a la de Argentina, en todo sentido.
La realidad es que las palabras de Lacalle Pou tuvieron un fuerte contenido ideológico, defendiendo que “la riqueza no la produce el estado, sino el ciudadano”, reivindicando la “libertad financiera”, y la de trabajar, como contraposición a los piquetes y ocupaciones sindicales a los que la LUC (de nuevo) puso coto.
Pero, muy a tono con sus últimos discursos, el segundo eje de su alocución fue la sensibilidad social. Allí llegó Mevir, la regularización de asentamientos, los cambios educativos, los datos de empleo y salarios. “Mi teléfono lo tiene todo el mundo”, afirmó, y pasó a contar las llamadas que recibe por temas de adicciones, marginalidad, y falta de oportunidades, de distintos lugares del país. Aprovechó entonces para reivindicar lo hecho en materia de asistencia social, y puso énfasis en la ayuda a quienes salen de la cárcel en situación crítica.
No escapó el discurso al tema seguridad, que las encuestas coinciden (aquí, sí) es la principal preocupación de la gente. “No hay que pelearse con los números”, dijo Lacalle Pou, y sostuvo que todos los delitos han bajado en comparación con el año que recibió el gobierno. Y cifró la clave del cambio en el “apoyo jurídico y moral a los uniformados”, una patadita a la oposición. De todas formas, dijo que no está conforme con la situación actual.
Donde la patadita, mutó a planchazo, fue con el tema de la seguridad social, donde directamente reclamó “certezas” a la oposición, un concepto que parecía sacado de aquellos discursos de Tabaré Vázquez de 2014. También cuando señaló que mientras que en el gobierno anterior se perdieron 50 mil puestos de trabajo, en este se generaron 80 mil.
Pasando raya, un discurso político, que mostró a Lacalle Pou como estandarte de un gobierno que comienza a irse, pero que se muestra dispuesto a dar la batalla por el legado. Y a usar todas las armas para asegurar su sucesión. Incluso a traer de su exilio académico al exministro Salinas, para refrescar memorias. Un Lacalle Pou afinado, afilado, y muy lejos del malhumor turbado de aquella pelea pública con Orsi, o de la conferencia cuando las grabaciones clandestinas de Ache.
Apenas terminó el discurso, una furibunda tormenta de fin de verano se abatió sobre la capital del país. Los supersticiosos leerán en eso vaticinios diversos. Pero los truenos sonaron a pistoletazo de salida de una campaña sin concesiones. Por nadie.