Como una metáfora de su extravío en la historia, Cuba ha quedado a oscuras. Y como una consecuencia inexorable del sunismo ultra-islamista que hoy gobierna Siria, los yihadistas convertidos en soldados masacraron civiles de la etnia alauí en los bastiones del “ancien régime”.
En el Caribe y en Medio Oriente hay ejemplos de empantanamiento y de involución histórica. Regímenes sin acelerador para avanzar hacia un futuro diferente, y liderazgos que sólo pueden poner la marcha atrás. El ultraislamismo, sea suní o chií, sólo sabe prolongar el pasado oscurantista a fuerza de teocracias. Mientras que la Cuba castrista sólo sabe envejecer de manera patética, esforzándose por detener el tiempo del mismo modo que detiene y encarcela a todos los que quieren dejar atrás un pasado calamitoso y dictatorial, para avanzar hacia un futuro políticamente democrático y económicamente lógico.
Los recurrentes cortes generales de energía eléctrica exhiben la decrepitud tecnológica de los servicios básicos. También la agonía económica de la isla, a pesar de estar bendecida por la naturaleza, ya que la ubicación geográfica es privilegiada para impulsar la industria turística, mientras que le sobran tierras aptas para la producción de los alimentos que, desde hace seis décadas, los cubanos importan en más del 80%.
Su economía y su sistema energético funcionaron sólo cuando recibían el petróleo gratis de la Unión Soviética. Se derrumbaron por la desaparición de la URSS y resucitaron tenuemente cuando Hugo Chávez les colocó el pulmotor petrolero venezolano.
Precisamente por financiar desde las arcas y las empresas públicas la construcción del liderazgo de Chávez más allá de Venezuela, la empresa PDVSA languideció y con ella la subvención al régimen cubano.
Raúl Castro es más pragmático que su hermano Fidel, pero cuando Obama relajó el embargo para que Cuba recibiera inversiones privadas, no pudo vencer las resistencias de los burócratas que temieron perder sus privilegios.
En su primer gobierno Trump volvió a endurecer el embargo y Biden lo mantuvo así, dejando bloqueada la posibilidad de que Cuba pudiese marchar por caminos de reforma y apertura económica como las que impulsó Deng Xiaoping en China, y Nguyen Van Linh con el nombre de Döi Moi en Vietnam.
En ambos países asiáticos sigue gobernando el Partido Comunista, pero las economías incorporaron el capitalismo y tuvieron despegues formidables. Tanto China como Vietnam siguen con regímenes autoritarios, pero ya no padecen el “autoritarismo absoluto” que implicaban los totalitarismos de Mao Tse-tung y Ho Chi Ming.
Probablemente, Trump no debió barrer los cambios que había implementado Obama, ni Biden debió mantener el endurecimiento del embargo que heredó. De todos modos, está claro que fue la burocracia totalitaria que impera en la isla aferrada a sus privilegios lo que impidió la llegada masiva de inversiones privadas.
Los reiterados apagones producidos por el colapso del sistema eléctrico y la imposibilidad de financiar un mantenimiento adecuado, muestran la oscuridad ideológica que le impide al régimen revivir la envejecida y anquilosada economía.
Ese estatismo no tiene acelerador para marchar hacia un futuro diferente. Y las masacres de alauitas parecen demostrar que el régimen que reemplazó a Bashar al Assad en Siria, sólo tiene marcha atrás a pesar de las promesas de construcción de un futuro democrático y étnicamente plural que hizo su líder, Ahmed al Sharaa, al entrar victorioso en Damasco.
El régimen que creó Hafez el Assad y continuó su hijo Bashar, fue una dictadura sanguinaria ensañada con los suníes, que son el 70 por ciento de la población, mientras que las minorías étnicas que integran drusos, alauitas, cristianos y jazidíes se sentían protegidas por el régimen alauí de Assad, con excepción de los kurdos, una minoría racial que profesa la vertiente suní del Islam.
El Frente Al Nusra que comandó Al Sharaa con el nombre yihadista de Mohamed al Golani, profesaba el sunismo, como las otras milicias ultra-islámicas que se unieron en la coalición Hayat Tahrir al Sham (HTS). Los combatientes de esas milicias suníes se convirtieron en soldados del nuevo ejército, pero la violenta irrupción de un resabio del régimen los convirtió de nuevo en yihadistas fanáticos que recorrieron las calles de Latakia y Tartus masacrando civiles sólo por ser alauitas.
El presidente Ahmed al Sharaa volvió a ser el yihadista Mohamed al Golani, aunque de inmediato selló acuerdos con drusos y kurdos para restaurar su imagen de gobernante de todos los sirios.
Así es como, en el mismo puñado de días, a Cuba la envolvió la oscuridad que simboliza su tiniebla ideológica, y en Siria asomó el instinto exterminador del yihadismo suní, deseoso de regresar a los tiempos del fanatismo oscurantista.